BÉISBOL, EUFORIA MOMENTÁNEA
Luis Sexto
El béisbol cubano necesita con sirenas de urgencia recorrer el mismo proceso vigente hoy en el modelo económico cubano: la actualización; ponerse técnica y tácticamente en consonancia con los tiempos. Dejar atrás, por ejemplo, la exaltación de la velocidad en los pitchers y facilitarles los medios para aprender a ampliar su menú con nuevos lanzamientos, comunes en ligas extranjeras. Y, por tanto, los bateadores también habrán de aprender a chocarlos. El play off, según mi opinión, ha suscitado interés por la rivalidad de cuatro novenas muy parejas en virtudes y defectos, pero no por la calidad excepcional del juego.
Dicho esto, preveo que algún lector me preguntará que quién soy para hablar de pelota. Qué sé de pelota. Casi lo mismo que la mayoría que se desgañita en los estadios. Hace varias décadas fui un joven seducido por un béisbol que superaba al de hoy con ventaja . Y cada tarde, en la década de los 60, luego del trabajo pasaba por casa, comía cualquier cosa, y me iba al Latino temprano para poder sentarme detrás del jom, y así disfrutar de frente el rollo cinematográfico de las curvas de Alarcón o Changa Mederos, y asombrarme por los brazos de acero de Huelga, Aquino Abréu, Vinent, y alelarme ante el bateo de Cuevas, Marquetti, Capiró, Chávez, Muñoz, Kindelán, Junco, Villar, Linares y otros que se esconden en los bancos de mi memoria, y abrir la boca observando el fildeo y la malicia de Isasi, Tony González, Osorio, Wilfredo, Urbano, Ñico Jiménez, Pacheco, Puente… Y antes, siendo niño, también me senté en el entonces gran estadio del Cerro, a ver jugar a mis ídolos de entonces: Camilo Pascual, Pedro Ramos, Miguel Cuéllar, Héctor Rodríguez, Willy Miranda, Miñoso, Orlando Peña…
Y para acabar de justificar mi intromisión, al comienzo de mi carrera periodística, hace 40 años, invertí cinco cubriendo deportes y aprendiendo a escribir, más que de los resultados, de la condición humana puesta a prueba en una liza donde hombres y mujeres arriesgaban su crédito y su dignidad en cada acción.
Aunque no soy un consumado experto, puedo, por tanto, comparar y percatarme de las diferencias entre ayer y hoy. Y, créanme, no suelo creer, con Jorge Manrique, que “todo tiempo pasado fue mejor”. A veces fue mejor, y uno lo lamenta porque mejores han de ser el presente y el futuro. Pero, si conocí parte del pasado, ello me facilita insistir en que lo que más requiere el béisbol cubano es disciplina. ¿Acaso no nos inquietan las reacciones de algún bateador cuando el árbitros canta el strike que dejó pasar perdiendo la oportunidad de ser out con más beligerancia que “comiéndose una croqueta”, como dicen los comentaristas de graderío. Y así, ante un ponche o un out que el bateador o el corredor estiman injustos, ofrecen una demostración de baile dando salticos en jom o en primera o segunda. Saltan como en la perreta que ciertos niños arman cuando papá dice: para la casa, que se hace de noche. Por supuesto, no generalizo; solo me fijo en los que desentonan, y con sus reacciones, al desconcentrarse, se dañan a sí mismos.
Sean, sin embargo, pocos o muchos, es un espectáculo deplorable. Una cosa es el juego apasionado, duro. Y otra cosa el olvidar que las apreciaciones arbitrales de esa índole son inapelables e inmodificables. Y que la mejor manera de evitarlas es bateando, corriendo y fildeando con efectividad. Yo, si fuera pelotero, ante un acto que me parece injusto, analizaría qué no hice correctamente en la jugada que facilitó al árbitro equivocarse. Y, en efecto, desde la pantalla del televisor se aprecia que a veces deciden sin acertar. Una pantalla gigante en cada estadio, sería un espejo útil para aprender a decidir micrométricamente con tino. Se ha dicho: los árbitros, hombres falibles, no pueden jamás determinar el destino de un partido. Ah, también vi arbitrar a Amado Maestri y a Rafael de la Paz. Qué dirían.
El pasado también nos favorece para empezar a señalar las causas de la presente pobreza técnica y táctica de nuestra pelota. ¿Alguien dudaría que nos hayamos quedado atrás como conjunto, aunque la cantera esté llena de jugadores de talento? Y según lo juzgo, la retirada masiva de más de 50 aplaudidos peloteros entre la segunda mitad de los 1990 y los primeros años del siglo XXI, abrió un hueco en el dique del béisbol. Ese retiro obligatorio sin razones y sin explicaciones plausibles, aparte de lastimar la sensibilidad de deportistas cargados de méritos, cortó el relevo científicamente establecido para los deportes de conjunto. Tras la salida en grupo de los astros, a quiénes pudieron imitar los novatos y las reservas. ¿Quiénes plantaron desde entonces en el juego las exigencias de lo excelente? Lázaro Junco -forzado a abandonar el terreno el mismo año en que completó, el primero, 400 jonrones en su carrera- contó recientemente ante las cámaras de la TV que siendo aún novicio en el equipo Cuba, Chávez lo envió al jom para sustituir a Muñoz, ya en posición de bateo. Qué vienes hacer aquí, le preguntó el gigante. Bueno, me dijo Chávez que yo debo batear por ti, explicó Junco apenado y agarrotado por el miedo, el miedo a quedar mal ante aquel modelo de pelotero y hombre. Suerte, dijo Muñoz sin amargura. Y Junco, lleno de vergüenza, bateó un tubey. Hoy esa anécdota no se repite. Y estamos muchos de acuerdo en que para recuperar lo mejor del pasado habrá que topar frecuentemente con equipos extranjeros, incluso ubicar jugadores en esos clubes.
Y mientras nos debatimos en la euforia momentánea del play of, pensemos en una idea de Martí y concluyamos que ni el béisbol se puede dirigir “como se manda un campamento”.
0 comentarios