VANIDAD CONCENTRADA Y... DEPURADA
Luis Sexto
Desde el próximo 26 hasta el 28 de noviembre, se efectuará el encuentro nacional de cronistas que, desde 2006, se celebra cada año en la ciudad de Cienfuegos, auspiciado por la Unión de Periodistas de la provincia de igual nombre. Con este texto lo anticipo y prometo mi asistencia. Al final de este post, aparece la lista de finalistas del concurso de crónicas Miguel Ángel de la Torre.
Uno de los mayores riesgos de la crónica consiste en que pocos la lean o la dejen a medias o que alguien confunda las intenciones del cronista calificándolo de vanidoso. Tengo un doctorado en cualquiera de las tres circunstancias del mismo peligro. He sucumbido a los ensalmos de la crónica, y desde hace años, convencido y confeso, estoy suscrito a este género periodístico polivalente y movedizo.
Lo sabemos: crónica no significa lo mismo en todos los países. O posee diversas aplicaciones. Una noticia relatada cronológicamente, con abundancia de pormenores, es una crónica en Bolivia. Y tal vez en cualquier otra parte. Hace cinco siglos, el cronista en España era el que “llevaba el tiempo” –del griego cronos-. Escribano o anotador que apuntaba las incidencias de los hechos presuntamente históricos. ¿Cómo llamamos todavía a cuantos escribieron los episodios de la conquista y la colonización de América? Cronistas. Y de Indias, por aquello del equívoco geográfico de Cristóbal Colón.
Según la tradición legada por los modernista –Martí, Gutiérrez Nájera, Casal, Darío, Gómez Carrillo, Nervo-, que la tomaron de los franceses, y quizás anticipada por el escritor y pedagogo Anselmo Suárez y Romero en sus estampas sobre el paisaje o las incidencias del paisaje humano o fabril de su ingenio Surimam, la crónica en Cuba ha sido un molde lírico, mediante el cual nos aproximamos emotivamente a cualquier acontecimiento, personaje o asunto.
Es un relato –una historia- contada mediante el principio de la emoción (de ahí que a veces confundamos crónica con melcocha). Y se distingue por ser un género, una función como quería Alfonso Reyes, supremamente personal. El cronista impone su perspectiva más íntima, escribiendo en primera persona sin sentir vergüenza por ello, o incluso escudándose detrás de la tercera. Y habla de sí mismo, pero como pontón que facilite hablar de otros. A ciertos gustos puede no interesarles, y algún juicio torpe, primitivo, puede creer que es vanidad la presencia totalizadora de la primera persona del periodista.
Pero, por qué vanidad lo que es oficio, técnica, trabajo. Fijemos cuerdamente el concepto. Vanidad es petulancia, engreimiento, maquillaje, y sirve principalmente para que los humoristas la depuren en la chacota. Ese es su ADN: ser cantera para el choteo, la trompetilla.
La crónica, por tanto, en términos filosóficos no es la cosa en sí, sino el eco de la cosa en mí, en el cronista. Y a través del cronista se cristaliza ante los ojos de los lectores En ella la emoción puede descansar libremente y me atrevo a decir que es un terreno tan vasto que le sobra espacio para acoger la libertad humana; es más personal, implica un contacto más íntimo del periodista con sus palabras.
Precisando, se empalma con lo que el profesor Philip Wheelwrigh, en la Revista de occidente llamó lenguaje vivido, o lenguaje en tensión. Y este lenguaje tenso permite una libertad que, aunque no se oponga al habla común, se adelanta sobre todo a la precisión de otros lenguajes como el científico, el comercial, el diplomático. En estos, los valores semánticos son exactos. En la crónica, como en la poesía, señorea la polisignación, es decir, que muchas veces una palabra salta sobre su significado básico, y adquiere otro sentido. Y he de advertir que podemos interponer una distancia creadoramente intencional entre significado y sentido.
Este género aún tan incomprendido, dispone, como ya hemos dicho, de un amplio campo para sus aciertos y fracasos. Casi absolutamente individual, se relaciona estrictamente con las facultades de cada cronista. Del talento, de la cultura del cronista depende que la escritura sea una experiencia afortunada o una desgracia estilística.
Ya es hora que ejemplifique qué es el lenguaje vivido, o lenguaje en tensión. Primeramente podríamos definirlo por contraste. El periodismo en la mayor parte de sus géneros exige un estilo funcional, esto es, un lenguaje ajustado al contenido y a los significados de las palabras. La crónica, que favorece la apropiación estética del tema o asunto, se vincula desde la forma o la expresión a la literatura y al lenguaje tenso propio de la poesía. Si en la crónica rige la emoción, no habrá manera de hacerla coincidir con un artículo en el que rige el principio de la reflexión. Por tanto, lenguaje vivido se resuelve mediante palabras cromáticas, rítmicas, armónicas que conmuevan y seduzcan por el trasvase lírico. Si me presentan una historia periodística en una crónica, incluso en un reportaje con forma seca e inarmónica, como un informe sindical o administrativo, termino por desencantarme. ¿Cuántos lectores se sentirán aburridos ante esa prosa notarial, que muchos dicen es la ideal para el trabajo del periodista?
Martí, incluso, sufrió la reticencia de quienes creían que el estilo trabajado, con entrantes y salientes que le suprimieran la chatura de sus contornos, asustaba a los lectores. Por ello, los directores del diario caraqueño La opinión nacional le pidieron la pluma -como el manager la bola al lanzador- en la redacción de la Sección Constante.
Veamos un fragmento en que apreciamos ese hilo de emotividad que de tan estirado, corta. Pertenece a la crónica más reconocida de Enrique Oltuski:
¿Qué puedo decir del Che que no hayan dicho? ¿Qué he imaginado su muerte? ¿Qué he imaginado el cañadón de que hablaban los cables? ¿Con qué vegetación? Tupida, pero sin definir el contorno de de las hojas ni la forma de los árboles. A ambos lados las lomas peladas, no muy altas, de laderas perpendiculares. ¿Haría frío o calor? Posiblemente un frescor agradable bajo los árboles no muy corpulentos, un arroyo corriendo bajo las ramas, el suelo sin hierbas, cubierto de hojas que se pudren en las sombras (…) ¿Qué puedo decir del Che que no hayan dicho? Que cuando vi las fotos de Bolivia, él tirado sobre la tarima, con el torso desnudo, recordé las noches en que yacía igualmente sobre la alfombra de su oficina, en el Ministerio de Industrias, con una mirada que traspasaba las cosas, con un brillo en los ojos como reflejo de estrellas, de estrellas del Sur.
¿Qué puedo decir?
Julio Cortázar le dijo a Enrique Oltuski que esta crónica lo había convertido en el mejor escritor de Cuba. Y nosotros qué podemos decir. Que se aprecia la tensión. Cada palabra vivida por el cronista ha sido seleccionada para cubrir el enunciado con una atmósfera triste, cabizbaja. Como cualquier texto creadoramente escrito, literario o periodístico, la crónica no se acomoda a cualquier palabra, en particular a las patéticas o amelcochadas. Ni a cualquier organización estilística. Ni soporta acumulación de imágenes y frases huecas de ideas y hechos. Esta crónica, ejemplar, valga remarcarlo, tiene también un tono dispuesto por las palabras elegidas y por la longitud de la frase. Ese tono nos está indicando que si vamos a escribir sobre el deceso de un personaje excepcional, las frases han de asumir el ritmo de una marcha fúnebre. Es decir, el lenguaje vivido, se calcula, se le oprime los resortes de vitalidad, aunque sea en una operación inconsciente. En el fondo, dicta los términos el oficio del cronista, que sabe, además, que la crónica no merece cualquier asunto, ni soporta estar hueca de ideas.
A principios de 2008, falleció con más de cien años Andrés Henestrosa, aborigen mexicano. A los 14 años aprendió hablar español y fue convirtiéndose en un de escritor de prosa tensa, incluso hasta en cualquier género del periodismo. El párrafo que a continuación reproduciré ilustra ese acercamiento a la literatura o la poesía mediante el lenguaje en tensión. En retrato de mi madre, Henestrosa escribió:
Mi madre vivió llorando. Después se secó las lágrimas, y una gran resignación, refugio de mis dos sangres oprimidas, ocupó el sitio del infortunio. Silbó el tren. Me monté en él y estoy seguro que lloró aquella noche todas las lágrimas que ante mí contuvo. Estoy seguro porque yo me siento anclado, igual que una pequeña embarcación, a un río de lágrimas…
Es evidente y audible la atmósfera de tristeza, el ambiente de las despedidas. Y si el pintor emplea colores, el cronista, el escritor sensible, con vocación de artista, pinta con las palabas que elige y escribe, y con las que calla o borra. La puntuación, que no sirve solo para ser claro, también opera como vapor que atiza o retiene el ritmo del enunciado
García Márquez escribe una crónica así:
La semana pasada pregunté por Mercé Rodoreda en una librería de Barcelona, y me dijeron que había muerto hace un mes. La noticia me causó una pena muy grande, primero por la admiración muy justa que siento por sus libros, y segundo por el hecho inmerecido de que la noticia de su muerte no se hubiera publicado fuera de España con el despliegue y los honores debidos. Al parecer, pocas personas saben fuera de Cataluña quién era esa mujer invisible que escribía en un catalán espléndido unas novelas hermosas y duras como no se encuentran muchas en las letras actuales. Una de ellas –La plaza del Diamante- es a mi juicio la más bella que se ha publicado en España después de la guerra civil.
El autor de Vivir para contarla sigue hablando de la autora fallecida y evoca un encuentro:
Tengo hoy un recuerdo entre nieblas de aquel extraño encuentro, que sin dudas no fue uno de los recuerdos que ella se llevó a la tumba, pero para mí fue la única vez en que conversé con un creador literario que era una copia viva de sus personajes. Nunca supe por qué, al despedirme en el ascensor, me dijo: “Usted tiene mucho sentido del humor”. Nunca más tuve noticias de ella, hasta esta semana en que supe por casualidad, y en mala hora, que le había ocurrido el único percance que podía impedirle seguir escribiendo.
Para escribir, sobre todo una crónica, hay, pues, que acarrear toda experiencia nueva; hay que guardar todo, hay que recordar todo lo vivido y todo lo leído. Ello le va dando al periodista la sustancia necesaria. La mejor materia prima que tengo para escribir soy yo. Alguien podría preguntarme si a juzgar por lo que escribo, he vivido grandes experiencias. No precisamente. Pero mis pequeñas experiencias la he vivido como si fueran únicas y enormes. Recordemos a José A Benítez, en su libro Técnica periodística, cuando aclaró magistralmente la peculiaridad de la crónica: El reportero halla su materia fuera de sí; el cronista, dentro de sí. Tampoco soslayemos a Jack Fuller en su volumen titulado Valores periodísticos: Los textos que se desechan en una redacción son aquellos cuyos autores no saben qué género necesitan sus temas. Es decir, los confunden. Y el que equivoca el camino por no precisar a dónde quiere ir, no llega a ninguna parte.
FINALISTAS DE LA VI EDICIÓN DEL CONCURSO DE CRÓNICAS MIGUEL ÁNGEL DE LA TORRE, 2012
Este año por el volumen de trabajos presentados, 145 en total, la presidencia de la UPEC en Cienfuegos decidió crear dos jurados, uno para los apartados de Prensa Escrita, Estudiantes de Periodismo y Digital, integrado por Alina Perera Robbio del diario Juventud Rebelde, Eduardo Montes de oca de Bohemia y presidido por Luís Sexto Sánchez.
El segundo para analizar Radio, Televisión y las destinadas a José Martí en ocasión del 160 aniversario de su natalicio, integrado por Ramón Lobaina Consuegra y José Jasán Nieves de Radio Ciudad del Mar en Cienfuegos y Omar George Carpi del telecentro Perlavisión, como presidente.
El jurado considera que lo presentado refleja de manera muy representativa la realidad del género en el país. Junto a exponentes dignos y con valores en su elaboración llegan también creaciones que denotan falta de claridad en la definición del género y una notable tendencia a confundirlo con la reseña o la evocación histórica de figuras y sucesos.
A continuación los finalistas, que tendrán la posibilidad de participar en el VII Encuentro Nacional de la Crónica Miguel Ángel de la Torre en Cienfuegos entre el 26 y 28 de noviembre del 2012.
Prensa impresa:
1. Dejemos que se nos vaya el tren, de Yoelvis Lázaro Moreno, Villa Clara.
2. Un día cualquiera del vendedor, de Melissa Cordero Novo, Cienfuegos
3. El Yunque, de Jesús Arencibia Lorenzo, Juventud Rebelde
4. No quiero soñar, de Sayli Sosa Barceló, Ciego de Ávila
5. Huérfana de muñecas, de Leydi Torres Arias, Villa Clara
6. Las rosas de Eulalia, de José Aurelio Paz, Ciego de Ávila
7. El beso de Lina, de Nyliam Vázquez García, Juventud Rebelde.
8. Generaciones cansadas, de Yunier Riquenes, Santiago de Cuba
Estudiantes.
1. 90 millas, de René Camilo García Rivera, Universidad de La Habana
2. Un hombre de verdad, de Carlos Manuel Álvarez, Universidad de La Habana.
3. Habanas, de Nelson González Breijo, Universidad de La Habana.
4. Lucía, de Karla Colomé Santiago, Universidad de La Habana.
5. El viejo lugar, de Adriana Castillo González, Universidad de La Habana.
Digital
1. Los locos y las puertas, de Reinaldo Cedeño, Santiago de Cuba
2. Mil crónicas para el decano, Yandrey Lay Fabregat, Vanguardia Villa Clara.
Radio
1. 90 años de la radio cubana, Miguel Ángel Montero, CMHW, Villa Clara
2. Añoranza, Suled López Bénitez, Aguada Radio, Cienfuegos
Televisión
1. “Detalles”, de Marleydi Muñoz Fleites, Perlavisión, Cienfuegos
2. “Rocas”, de Ismary Barcia Leyva, Perlavisión, Cienfuegos
José Martí
1. “La infancia de un líder”, de Miguel Ángel Montero, CMHW, Villa Clara.
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