EL MACHO ES PARA LA CALLE
Luis Sexto
Diatriba contra las frases comunes
Primitiva, irresponsable, esta frase lo es sobre todo cuando se asume como pedagogía casera para criar a los niños. Y en ciertos momentos y lugares uno oye otra frase que la complementa. Porque, practicando la primera, irremediablemente aparece la segunda como corolario: le salió malo el hijo a fulano.
No, señor. Ningún hijo le sale malo a nadie. Uno coadyuva a configurarlo desviada, torcidamente. Criar es un proceso de construcción. Y si usted, padre o madre, se sirve de ese método bárbaro de que el macho es para la calle, está entregando a sus hijos a los dedos ineptos, insensibles, del azar, de la ambivalencia, para que con materiales de procedencia ambigua o desnaturalizada, se yerga la personalidad del niño.
Ahora, incluso, algunas personas han añadido el género femenino a la frase. Y si no la oye, la ve en la práctica usual. ¿O no nos fijamos que, en la vida del barrio, prolifera la muchachería, quebrantando la paz del edificio o retando el tránsito, o rompiendo un cristal o una bombilla, en una mezcla de varones y hembras, desde incluso los cuatro años, fuera del catalejos del padre o de la madre?
Ni macho, ni hembra, siendo niños, están hechos para la calle. En esos años, en los que la escuela planta los primeros valores de la cultura, la identidad y el saber, la vigilancia, el magisterio de la familia, introduce formas de convivencia, delicadezas del espíritu, que los maestros pueden encarecer, pero nunca intentar transmitir por sustitución.
En la raíz de un decepcionante aprovechamiento escolar suele operar una falta de concentración generada por la excesiva libertad, por el mínimo control familiar del alumno. En el origen de un acto delictivo, meten con frecuencia sus colmillos los antivalores que la promiscuidad de la conducta en formación, el ejercicio de lo que llamamos mataperreo, dispersa como cuñas desorientadoras en el alma infantil. Advirtamos, sin embargo, que en algunas memorias se recuerdan los días de andar sin control por las calles como los momentos más libres y por tanto inolvidables. Y también otros psicólogos callejeros aseguran que el niño debe mostrar su "hombría" desde la infancia.
En nuestras discusiones sobre el machismo, la teoría y las demandas obvian que, en el discurrir doméstico, se distribuyen las primeras lecciones machistas. Y no sólo con el ejemplo de papá o mamá. Quién ha visto -repite una vecina- machos en la casa. ¿Acaso a usted no le repitieron esa norma desafiante; acaso usted mismo no se la impone a sus hijos un sábado, cuando usted desea estar sólo con su esposa o pretende terminar una tarea atrasada?
Y en cuanto a ciertas niñas, se les obliga a hacer lo mismo que los varones. Perdónenme, pero esa no es la igualdad de sexos. Lo único que no puede hacer una mujer es copiar, imitar, al varón. Hay una finísima diferencia sexual que nadie osaría tachar en aras de una presuntuosa, casi estúpida igualdad. Y si el hombre ha creído por milenios que la tosquedad, la dureza, componen parte de sus atributos, la mujer no puede emparejársele en lo basto, en lo irracional de actitudes y modales. Machismo al revés.
Y no abogo por que los hogares remeden prisiones. Por el contrario, defiendo que sean el sitio “en el que tan bien se está”, al que el niño, aun cuando sea ya adulto, desee regresar... Al menos con la memoria. Usted piensa, sin embargo, que qué se le va hacer, si hay barrios sin parques y la vida, figúrese, está muy dura. Tengo la impresión de que usted se justifica. Y yo creo que el varón es más que macho.
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