LAS COSAS DE MONTES DE OCA
Por Luis Sexto
Suelen los prólogos y prologuistas exaltar al autor del libro de cuya presentación se encargan. Y me sobran argumentos para demostrar que este autor merece cualquier elogio que pueda prodigarle el prologuista. Pero he de andar con cuidado. Me inquieta que los artificios de la apología estallen como ditirambos comunes, calificativos carentes de peso y volumen, que por mucho que intenten decir apenas dicen. Prefiero avanzar sobre los pormenores de la técnica y del estilo. Y trazar mi estrategia para -en eso se resuelve un prólogo- recomendar un libro y a su autor.
Eduardo Montes de Oca no necesita fuegos artificiales. Ni desfiles embanderados de sugestiones correctamente prodigadas. Cualquier obra de Montes de Oca más bien exige análisis. Y por tanto he de advertir que este libro –de próxima aparición- con tan sugestivo título resulta una muestra de periodismo personal. Personal sobre todo por su carga de interés y por el peso de la personalidad de quien lo firma. Lo demás, la primera persona del singular que a veces utiliza el autor, es un simple episodio gramatical. Estamos, pues, ante los enunciados periodísticos de una columna y un columnista. Hacia mediados de la década primera del siglo, las páginas de Bohemia separaron unas pulgadas cuadradas para “Cosas de hoy”. Por ello, por la periodicidad invariable y la permanencia en sitio estable, con la misma firma y una fotografía habitualmente igual a sí misma, esta sección clasifica como una columna. Pero es más: es columna porque cuenta con un columnista, es decir, con un periodista de ancha y sugerente voluntad de estilo para hablar en primera persona y escribir más que redactar. En esta dicotomía –escribir-redactar- se embaraza una de las vigentes polémicas del periodismo. De un lado tiran cuantos pretenden condenar el periodismo a papel notarial, relevándolo de funciones que impliquen placer en el acto de informar, opinar o interpretar. Del otro extremo, los profesionales que usan la palabra con bordes afilados y beneficiada con sabores y luces, dotándola de ala y color, como pedía José Martí. Y ahí, en esa diferencia entre tener ala y color y carecer de estos atributos aptos para volar y ser distinguidos se define el vencedor de esta polémica casi absurda.
Un columnista o un periodista de ejercicio personal se presentan, pues, por su capacidad para pensar y opinar de modo que cuanto digan interese. Luego, el estilo, el cómo en que se envuelve el concepto, que adquirirá con la palabra organizada con tino estético un interés mayor. Desde luego, no me interesa reducir el ejercicio del periodismo a un litigio entre competentes e incompetentes. Hay muchas tareas en una redacción: unas, de urgencias utilitarias que requieren del profesional rápido, claro, conciso, sin que por dedicarse a las notas y a la prosa cotidiana sea inferior. Es respetable esa función de reportero o de redactor de mesa. Un medio cumple parte de sus funciones con letras aparentemente intrascendentes. El crédito del periódico o de la revista se apoyará también en el texto distribuido por el interior de las planas sin el relieve de lo exclusivo. Pero si hemos de reconocer los valores de lo que no merece el calificativo de minucia, habremos también de admitir el papel del estilo mayor, del nombre singular que escribe y hace resaltar cuanto escribe con los granos de oro de sus dotes.
Un columnista, como el cronista o el autor de reportajes narrativos, se inserta en esta categoría creadora. Y si a la larga algunos han de salvar al periodismo de su destino de ser opacado por la preponderancia de la imagen, serán seguramente cuantos convierten la prosa periodística en una propuesta estética sugerente, sin que por ello haya que lastimar los valores de la información. En estas “cosas de hoy”escritas por Montes de Oca se aprecia ese empeño por trascender en la organización de la palabra, esa vocación por ofrecer el círculo perfecto de un enunciado que seduzca a la vez que ofrezca un acercamiento racional, sensato, válido, y no en pocas ocasiones original, del mundo y sus problemas. No renunciaría jamás a seguir leyendo un texto que empezara, como Montes de Oca comienza esta entrega: “Conozco mujeres que cambiarían diez años de vida por unos pechos que desborden sus estructuras corporales. Algo así como odres henchidos, vejigas de animal de gran alzada, el globo ocular de Polifemo, balones de fútbol o… hasta de softbol, llegado el caso.”
Pero técnicamente el análisis se nos complica. ¿Qué género predomina en este libro? ¿O en qué género pretendió el autor organizar palabras e ideas? La técnica y los géneros del periodismo sufren con frecuencia la desmesura nominal: se emplean muchos nombres para clasificarlos y no siempre con certeza o propiedad. Ciertos tratadistas afirman, sin muchos argumentos para demostrarlo, que la columna es un género. Y uno, suspicaz ante las aseveraciones poco defendidas, pregunta cómo puede un espacio constituir un género, un molde estilístico y estructural. Porque la columna –lo hemos hecho recordar arriba- consiste en un espacio tipográfico, periódicamente estable y con el sello de un autor fijo. Y así cuando uno hace desaparecer el espacio y, en lenguaje digital, corta y pega en otro sitio, qué queda: evidentemente el enunciado en el género en que se concretó. Y por ello, entre estos textos uno distingue en mayoría el artículo, esto es, ideas convertidas en tesis mediante un pensamiento abonado por la cultura, forjada en las aulas y en el libérrimo magisterio de la lectura. Artículos que en ciertas páginas, por su orfebrería estilística y sus anchas referencias culturales, ascienden hasta rozar el ensayo. Así: “Hegel supuso que la historia se detendría en el Estado prusiano. El ‘ideal’. Luego todo derivaría en la placidez de la evolución, sin cambios bruscos. El tristemente célebre Fukuyama pensó lo mismo tras la caída del Muro de Berlín. Neoliberalismo como apoteosis de la civilización. Llegada, que no punto intermedio, o de partida.”
Claro, algún juicio minusválido puede acusar a Montes de Oca de escribir “muy alto”. Y ante este cargo uno no sabe si reír o compadecer a quienes lo formulan. No saben lo que dicen. Porque escribir “muy alto” no puede constituir un demérito. Es mérito resistir la intemperie del tiempo que devela cuánto metal de baja ley se ha infiltrado en el oficio del periodismo. Tampoco escribir “muy alto” es una insuficiencia del periodista. Resulta, en todo caso, una insuficiencia, o un problema, del que lee y condena las sugerencias sin ir más allá de las evidencias o las apariencias.
Gracias, pues, a periodistas como Montes de Oca, que renuncian a decir las cosas directamente y se valen de la tropología, de las connotaciones de la cultura para sugerir, matizar, insinuar de modo que el lector se eleve sobre el rastrero prosar de cuantos intentan despegar y solo aletean sobre el barro. Gracias a cuantos prestigian el periodismo con las rosas del estilo, la prensa cubana puede descargarse un tanto de esa lamentable verdadera culpa de fría, gris y machacona. (Tomado de La Palma de la mano)
0 comentarios