UNA LUZ QUE AÚN PARPADEA
Por Luis Sexto
Las relaciones actuales entre el Estado cubano y la Iglesia Católica parece estar de acuerdo en un antiguo refrán: “Más vale encender una luz que maldecir las tinieblas", asumiendo que por cierto tiempo comunistas y católicos se tildaron mutuamente de habitar en la oscuridad. Los días de encono parecen haber pasado hoy al sepulcro de la historia, que las mejores tendencias en ambos sectores de la sociedad cubana quisieran a prueba de arqueólogos.
De acuerdo con respuestas del cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana a la agencia Zenit, la vista pastoral de Juan Pablo II a Cuba, articuló el comienzo de un período gradual hacia la proximidad y "una lenta, pero progresiva mejoría". Sin embargo, no es posible comprender el presente sin que echemos un vistazo sobre aquellos primeros años de los 1960, cuando numerosos católicos de verdadera fe, y muchos sin ninguna, al amparo de la Iglesia, conspiraron contra la naciente revolución. Fueron, en efecto, años de confusión, de dilemas, torpezas por ambas partes. Y mientras el Che Guevara aseguraba que la revolución intentaba unir todas las aspiraciones honestas y no separar a los cubanos por su fe o sus creencias, algún templo se prestó a esconder armas –el articulista lo puede atestiguar. La jerarquía firmó cartas pastorales condenando el comunismo y a los gobiernos de esa ideología como enemigos de “todas las obras sociales, caritativas, educacionales y apostólicas de la Iglesia”. El resto de la historia es conocido: nacionalización de la enseñanza; expulsión de unos 130 sacerdotes; expatriación voluntaria de unos 470 curas y clérigos….
Los años siguientes mantuvieron al catolicismo en una posición defensiva. Suele acudirse al término de “Iglesia del silencio”. Pero los templos continuaron abiertos, aunque el culto fue limitado al interior, y prosiguió la catequesis. Pocos sacerdotes se ordenaron o vinieron del extranjero en esa etapa. Y por el lado oficial, la mentalidad revolucionaria olvidó las ideas que el Che había expresado y empezó a juzgar a todo creyente como enemigos. Según se estrechaban los vínculos con la Unión Soviética el ateísmo se convirtió en aspecto básico de la cosmovisión socialista. Y los católicos sufrieron discriminación en el acceso a las universidades o a ciertos empleos. El primer congreso del Partido Comunista, en 1975, atemperó un tanto el enfoque en su tesis sobre la religión, la iglesia y los creyentes, al supeditar “la lucha contra la religión” a la necesidad de sumar a los creyentes a la construcción del socialismo.
Resumiendo, en 1986 la Iglesia convocó su primer encuentro nacional eclesial (ENEC) donde aceptó que el socialismo era ya un sistema estable en Cuba y que la iglesia debía asumir esa realidad. Admitió, incluso, que la revolución, con sus estructuras de justicia social había enseñado a la iglesia una nueva dimensión de la caridad. El ENEC se definió así como uno de los momentos más audaces de la Iglesia Católica a favor de la unidad de la nación. En 1990, Fidel Castro aceptó públicamente que la única discriminación aún vigente en Cuba era religiosa. Un año más tarde, el cuarto congreso del Partido Comunista aceptó el ingreso de creyentes en sus filas, lo que ciertos católicos consideran un acto de oportunismo. En 1992, la Constitución modificó su condición ateísta y se declaró laica. Un año después, cuando el llamado período especial iniciaba su obra de deterioro social y económico, el episcopado firmó una carta pastoral titulada “El amor todo lo espera” en la que la Iglesia pedía el diálogo y cambios económicos, políticos y sociales. El acto fue tildado de prematuro, incluso de oportunista por la prensa oficial. Y por ello las relaciones entre la Iglesia y el Estado retrocedieron hacia las tinieblas, tal vez hasta cuando llegó Juan Pablo II.
En la actualidad, las relaciones parecen encontrar un término de recíproco entendimiento. El Gobierno ha devuelto paulatinamente antiguas edificaciones confiscadas, ha concedido espacios radiales en fechas muy significativas. Y por lo visto, la Iglesia Católica ha sido, de hecho, reconocida por el gobierno de Raúl Castro como una institución fundamental, al aceptarla como garante de la amnistía de los condenados en 2003 y otros condenados por delitos contrarrevolucionarios. El arzobispo de La Habana calificó este proceso como un acto de la participación pública, humanitaria y servicial de la Iglesia, en nuestra sociedad, lo que constituye un modo positivo de “afianzar la libertad religiosa” en Cuba, derecho reconocido claramente en la Constitución vigente en Cuba.
En cambio, dentro de ese clima de “expresiones y gestos nuevos”, según la revista Palabra Nueva, órgano de la arquidiócesis de La Habana, el Gobierno, aunque respeta el ejercicio del culto, incluso en el exterior de los templos, y reconoce la vocación caritativa, no acepta el papel profético, es decir, el papel crítico de la Iglesia, que al parecer es lo que más inquieta a determinados sacerdotes entrevistados por Progreso Semanal y que solicitaron el anonimato. Para estas voces, el papel del cardenal Ortega, su colaboración con el Gobierno equivale a rendir “la misión profética”. Desde luego, habría que admitir, como medios de expresión crítica, las homilías, a veces crudas, y las publicaciones de la iglesia, cuyo número supera incalculablemente las que existieron antes de 1959 y que circulan sin siquiera el permiso legal del Ministerio de Justicia. Un ejemplo son la propia Palabra Nueva y Espacio Laical; en ambas revistas aparecen artículos que competentemente critican la estrategia anticrisis del Gobierno o proponen fórmulas distintas.
La Iglesia Católica, que históricamente tantas figuras aportó a la cultura, a la consolidación de la nacionalidad y al desarrollo de un pensamiento cubano, y a pesar que muchos en la Iglesia aceptan que Cuba se ha descatolizado, tiene por delante mucho más que ganar. Porque también resulta apreciable que un sector de los fieles y el clero piensa “en cubano”. Hay que tener en cuenta que el cardenal Ortega, a pesar de los inconformes, es un obispo que ha evidenciados sentimientos muy cubanos. Recordemos que cuando Fidel Castro se enfermó de gravedad, y algunos creyeron inminente la caída del Gobierno, el cardenal, en una conferencia de prensa, afirmó tajantemente que la Iglesia Católica no permitiría ninguna acción de intervención extranjera en los asuntos de Cuba. Esas declaraciones se completan con otras más recientes en las que el purpurado estima necesario el diálogo entre Cuba y los Estados Unidos. “El presidente Raúl Castro –dijo el cardenal- propuso a los Estados Unidos este diálogo sin condiciones. En su campaña política presidencial, Barack Obama también indicó que cambiaría el estilo al uso y buscaría ante todo hablar directamente con Cuba”. Pero, según reconoció Ortega, a pesar de cualquier medida positiva, Obama ha retomado el mismo lenguaje de sus predecesores.
No habrá que dudarlo, la Iglesia Católica y el Estado socialista han encendido un candil, aunque aún los vientos la hacen temblar. (Tomado de Progreso Semanal)
19 comentarios
Aureliano Buendia -
Reformas: También en Salud Pública
por Orlando MÁRQUEZ
A inicios de los años 80s del pasado siglo visité a un joven que estaba ingresado en el hospital psiquiátrico de La Habana, más conocido como Mazorra. No sé por qué razón había terminado en una sala de aquel lugar después de un intento de salida ilegal del país. Conversamos en áreas exteriores, recuerdo que estaba tranquilo y relajado, pero no olvido su afirmación de que para no dormir en el piso frío había tenido que fajarse por una colchoneta, y lo mismo debía hacer en ocasiones para conservar su ración de comida. Entonces no oíamos de la perestroika ni había desaparecido la URSS, la ayuda de los países hermanos era estable y por tanto no habíamos llegado al periodo especial.
A fines de esos años 80s, mi hijo mayor entonces tenía año y medio estuvo ingresado por tres días en un hospital infantil del Vedado conocido como Marfán. Los exquisitos cuidados profesionales de la doctora no pudieron evitar que aquellas jornadas continúen siendo hoy un recuerdo desagradable, porque la inquietud por el hijo enfermo e interno se convirtió en verdadero temor ante la ausencia de agua corriente, las cucarachas merodeando entre penumbras, las colillas de cigarros pisoteadas en los rincones, mientras el carro de los biberones recién esterilizados permanecía expuesto durante un buen rato a la tos y es-tornudos de los pequeños que, caminando por sí mismos o en brazos de sus padres, fuera de las habitaciones, mataban el tiempo en el aquel pasillo de las angustias.
No hay placer en tal afirmación. No. Esta es una crítica que duele. Porque no puede ser sino dolor hondo lo que se siente cuando se es consciente que en obra tan sensible conviven, a una vez, la vocación del médico consagrado junto a la falta de recursos elementales, el profesionalismo de primera línea junto a la contaminación del salón, la disponibilidad del presupuesto junto al saqueo y la indolencia, el sufrimiento en brazos del abandono.
Tanto la bronca del interno en Mazorra por una colchoneta, como mi experiencia personal vivida junto a mi hijo hace más de veinte años, eran la punta del iceberg, el quiste que comenzaba a crecer hasta alcanzar su actual extensión. El caso muy conocido de los fallecidos en Mazorra es ya la muestra del iceberg en toda su dimensión, inocultable a la vista y a la información pública, aun cuando no fuera publicada. Hace ya más de un año, incluso sin pedirlo llegamos a recibir en nuestros buzones electrónicos las imágenes impactantes de los cuerpos sin vida, como si alguien quisiera lanzar la fría denuncia ante el espanto de Mazorra. No es necesario caer en manos de Wikileaks para que se produzcan las fugas informativas de determinados acontecimientos.
Pero aquellas aguas ignoradas décadas atrás trajeron estos lodos de vergüenza que nos cubren a todos por igual, si es que vemos en cada cubano un semejante. Haber ignorado los males incipientes nos ha llevado a situaciones indeseables y trágicas. Estábamos demasiado absortos en nuestros éxitos en salud, excesivamente complacidos con los trasplantes de órganos, las graduaciones anuales de miles de médicos y enfermeras, los récords de bajo índice de mortalidad infantil, la erradicación de enfermedades, el reconocimiento mundial a lo que habíamos logrado y todo ello a pesar de Estados Unidos y su bloqueo. Éramos el ejemplo a seguir, habíamos conquistado la fama en salud pública (y otras áreas), y era tanta la fama que no nos cabía ya ni en la prensa ni en los archivos, y la acumulamos donde se guarda todo lo que no pesa y se puede amontonar de modo indiscriminado: en la cabeza.
Se nos subió la fama a la cabeza y no previmos lo que podía ocurrir, ni quisimos ver la herida que se abría cada vez más, con el paso de los años, en nuestro sistema de salud. De modo que cuando en la calle se oían ya las conversaciones sobre el deterioro de los hospitales y el temor a estar ingresado, la contaminación de salones de operaciones que en ocasiones llegaron a provocar muertes, cuando en las paradas de guagua o en las oficinas se hablaba sobre el cansancio y agotamiento de los médicos y enfermeras mal remunerados y mal alimentados en las largas horas de trabajo en nuestros centros asistenciales, los cuadros dirigentes de la ya enferma salud pública cubana seguían proclamando en toda tribuna nacional e internacional que éramos una potencia médica.
Pero el mal de la irresponsabilidad que provocó la muerte de los enfermos en Mazorra y trajo sanciones sobre los culpables, tiene raíces más extensas. Semanas atrás compramos en casa, por la izquierda, un producto enlatado, de buena calidad y barato, no existente en las tiendas. Días después se repitió la oferta. Pensamos que sería de algún colaborador cubano en el exterior que regresó a casa, o de los que hacen envíos de todo tipo para revender acá. Pero entonces supimos que los enlatados salían de un comedor para ancianos habilitado en una iglesia del barrio. Así es. Hemos llegado a un punto en que casi nadie escapa al mal del robo y la compra-venta en el mercado negro, porque este es un vicio que ha penetrado todos los poros de la sociedad cubana contemporánea. Y entre nosotros el que no vende compra, por la izquierda claro está, ya sea un carro, un turno en cualquier cola, un adelanto quirúrgico o mejor atención médica, una plaza laboral, una ración de pollo extra o la aceleración de un trámite migratorio.
Porque sabíamos que unas cosas no alcanzaban, otras demoraban demasiado y algunas se supone no estaban a nuestro alcance, a fuerza de deseos de vivir y sobrevivir aprendimos que además de vestirnos y ponernos desodorante, teníamos que saber decir cuántoé' si queríamos alcanzar, adelantar y resolver lo que no estaba disponible. Así de simple, y unos somos más comedidos que otros, nada más. Y el vicio es tal que aunque no necesitemos más, tal vez seguimos con la misma práctica, porque hoy hay pero mañana ¿quién sabe?
Considero que hacia las limitaciones y escaseces propias, es donde debemos apuntar las acciones primeras para enfrentar esta mal que nos hiere. Porque donde quiera que la escasez se combina con la propiedad estatal que es de todos y no es de nadie, y sobre ellas influye el funcionario frívolo y poderoso que decide a voluntad sin necesidad de rendir cuentas periódicas a casi nadie casi nunca, y menos aún a estructuras ciudadanas independientes, el mal de la corrupción brotará e intentará destruir todo acto noble y digno, y toda entrega que se propuso ser desinteresada.
También, por todo ello, necesitamos reformas urgentes. No se trata solo de producción o de cumplir compromisos económicos internacionales, lo cual es importante sin dudas, pero la cuestión no es sólo de números y de bienes materiales, es ante todo un modo de saldar una vieja deuda moral con nosotros mismos. La diversificación de la propiedad, la renuncia a la propiedad estatal absoluta en algunos sectores considerados clave, o el espacio necesario al empren-dimiento personal independiente, no traerán el paraíso a la Isla, pero puede ayudar en la disminución de la corrupción y a poner frenos a una amoralidad que amenaza con asfixiarnos, ya sea en moneda contante y sonante o por el trueque de las influencias.
Es cierto que logramos conquistas sociales importantes, que los índices de salud se elevaron favorablemente y alargamos la esperanza de vida. Ello fue fruto de un propósito político, como también es cierto que tal propósito se logró en buena medida por un influjo económico externo cuya desaparición coincide en el tiempo con el inicio de la crisis en el sistema de salud, también en el de la educación y otros. Una importante lección que nos deja esta crisis es el recordarnos que no somos superhombres, solo hombres, y mujeres, ya eso es maravilloso. Otra, es que lo que podamos tener o carecer depende de nosotros, de nadie más.
Cuando las condiciones que permitieron y garantizaron aquellos meritorios programas de salud han desaparecido, es urgente buscar nuevas fórmulas para recuperarlo y crear las garantías de su estabilidad. No sería desatinado considerar la participación en el sistema nacional de salud de instituciones religiosas cuyo carisma está vinculado precisamente a esta actividad, lo cual podría lograrse en estrecho vínculo con los planes gubernamentales en este campo. Quizás sea momento de ir pensando en la cooperativización de los servicios de salud, o en la combinación del servicio público con el servicio privado, lo cual sería beneficioso tanto para el profesional como para el asistido, y podría además generar ingresos para dedicarlos a la atención de los que menos tienen, o al fomento de otros sectores sociales.
¿Cómo están las cosas por el hospital?, le pregunté a una mujer durante el trayecto en que le di botella cuando se dirigía a su trabajo, el hospital Mazorra, días después de conocerse las sentencias. No están bien me dijo, y nunca van a estar bien. Pienso que tal fatalismo solo puede ser superado cuando se enfrenten consecuentemente las causas que generaron aquel fatal desenlace. Apelar exclusivamente al castigo, o a la conciencia y al sacrificio en tiempos de necesidades materiales y flujos digitales de internautas, no pueden ser la única acción.
Fabian Pacheco Casanova -
Fabian Pacheco Casanova -
Carlos -
Por otro lado las razones del senor Zeta no convencen a nadie pues como usted bien dice, el tunel no nos convirtio en colonia francesa mientras que Juragua fue producto de ser satalite sovietico, que es mucho peor pues esa gente nunca dejo nada bueno por detras.
Fabian Pacheco Casanova -
Fabian Pacheco Casanova -
Fabian Pacheco Casanova -
Fabian Pacheco Casanova -
Fabian Pacheco Casanova -
Fabian Pacheco Casanova -
Fabian Pacheco Casanova -
Ramón Zeta -
Fabian Pacheco Casanova -
Fabian Pacheco Casanova -
viendo angeles volar
prendidos en el azar
los cirros yo contemplar,
viviendo la serrania
al compas del arcordeon
buscar el rumbo a tomar
los angeles luego hablar.
El suzurro yo sentia
la melodia divina
corpartiendo musitar
del arpa la melodia.
Arpa arcordeon sinfonia
pretorica del saber
como yo podre entender
el mensaje, lo divino
Teniendo YO como ayer
deseos interrumpidos
queriendo poder decir
con llanto desconcertado
mis angeles como entender
con mucho del ser amado...
Fabian Pacheco Casanova..
Fabian Pacheco Casanova -
adormecido y cansado
buscaba en la lejania
crispones vivos rozados.
me entretuve en las puntadas
de la ceda fabricada
reconociendo al gusano
el afan con que trabaja.
El so~nar en la ma~nana
con el rocio y el viento
viendo como el monumento
en mi sueno se torcia.
Sentado en un tronco seco
el bufula carne y miel
todo alli se producia
pensando como la oruga
el gusano sostenia..
de ceda son los crespones,
el tejido y las costuras
biendo como la armadura
del blindaje ya se afloja.
El tejido con la aurora
los penachos y las rosas
se fueron marchando un dia
dejando la tierra en ROCA...
Fabian Pacheco Casanova
Fabian Pacheco Casanova -
Fabian Pacheco Casanova -
Fabian Pacheco Casanova -
Fabian Pacheco Casanova -
Fabian Pacheco Casanova...