EL JUEGO DE LAS PARADOJAS
Acumulación originaria y etapa de tránsito
Por Luis Sexto
La actualidad suele demostrar que la Historia a veces aclara la perspectiva oscureciéndola. Y con esta paradoja, que nada tiene que ver con las de Oscar Wilde, intento decir que como sujetos conscientes de la Historia, somos a mi parecer demasiado conscientes de ese señorío, de modo que le cedemos demasiado espacio a la voluntad reduciendo el de la razón. Este es, por tanto, uno los riesgos de las revoluciones actuales: persistir en las rutas cerradas o pretender que impactando el vehículo contra las barreras será posible habilitar el camino.
Después de la experiencia del socialismo soviético; después de la demolición de esa fortaleza inaugural del mundo nuevo -que muchos revolucionarios adoptaron como modelo-, lo que algunos creen ver todavía claramente se ha vuelto oscuro para advertir con claridad infrarroja que las revoluciones socialistas supervivientes, o las que inician su “gran marcha”, de insistir en el mismo paradigma, podrían topar al final de túnel con la desilusión. Y también la disolución.
No siendo este articulista un teórico, sino más bien un lector de la realidad, podrá decir que lo primero que uno detecta en los acontecimientos del último medio siglo es que la vida social suele poner patas arriba a la teoría más reputada de exacta. Nada menos regular que la regularidad de los intereses humanos. Por lo cual ya vemos claro que la voluntad, principalmente la política, no siempre acierta al decidir cambios, rumbos, normas. Y dicho esto ya estamos en condiciones de afirmar que la tarea más resbaladiza y escabrosa de las revoluciones socialistas no consiste en tirar por la ventana al capitalismo, sino sustituirlo. Dicho lo cual uno pregunta: con qué esquema será acertado empezar a deconstuir y sustituir las relaciones de producción capitalistas y su esencia explotadora: ¿con el extinto socialismo soviético que en la práctica resultó una sociedad poscapitalista donde la clase obrera, clase triunfante y por ende dominante en el socialismo, tropezó con la contradicción de que siendo dueña teórica de los medios de producción continuó siendo asalariada?
Al erigirse el Estado como único socializador de la propiedad del socialismo, la así llamada construcción socialista tropezó con otra contradicción, esta vez práctica: ser incapaz de cumplir con el propósito programático de satisfacer totalmente las siempre crecientes necesidades de la sociedad y verse constreñido a organizar un orden estrechamente centralizado, que a pesar de invocar los términos de democracia y democrático, resultó por momentos autoritario y burocrático.
Demos medua vuelta a la página. Y asumamos lo que inspiran estas líneas: Cuba. En este archipiélago hierven hoy, como ayer en tiempos de José Martí, las encrucijadas. Las encrucijadas que antes de exigir a Cuba un papel de fiel o catalizador de las circunstancias fuera de sus fronteras, tendrán que actuar dentro. Porque Cuba hoy, más que candil del exterior, tendrá que iluminar en el interior. Y este poco avezado lector de la realidad entiende que el voluntarismo, ese estar por encima de la posibilidad, se va arrinconando. Y ya percibimos cómo pasan a retiros los conceptos por tanto tiempo vigentes, al ser confrontados con lo racional y posible. Para qué ser campeones olímpicos –ha sugerido el Gobierno en declaraciones recientes del vicepresidente que atiende la esfera deportiva-, para qué lugares olímpicos en la cima si todavía faltan instalaciones para practicar deportes como ejercicio de salud y recreación y las existentes necesitan remozamiento y modernización. ¿Cuánto cuesta una medalla de oro perseguida como fin sistemático propio de las potencias económicas?
Lo que pasa hoy en Cuba en el orden de la economía y en la estructura conceptual de la política solo merece un nombre: transición. Porque a mi juicio la sociedad cubana recomienza ahora la etapa de tránsito hacia el socialismo, interrupta en 1968 cuando muchos consideramos que, de un salto, el socialismo sería una certeza, incluso adelantando esa otra sociedad netamente teórica, incluso inimaginable, que recibe el nombre de comunismo, es decir, la sociedad perfecta.
Hoy, en cambio, una idea parece cierta: sin nada que repartir, el socialismo nunca llegará a serlo en la praxis. La pobreza no puede ser la base de una sociedad que procura el bienestar en igualdad y equidad. Una de sus conquistas principales tendrá que consistir en resolver las urgencias de la vida cotidiana, sin acudir a la metáfora del futuro de bienestar –tantas veces aplazado por causa de acontecimientos adversos- para justificar lo que se ha vuelto precario. Por lo tanto, para distribuir en justicia habrá que generar riquezas y valores. Y si el modelo hasta ahora activo ha probado incapacidad para alcanzar la eficiencia, la eficacia y la efectividad mediante la centralización vertical, esto es burocrática, autoritaria, se precisa buscar alternativas poco ortodoxas en relación con la ideología más extendida–una economía mixta, digamos-, de modo que la sociedad revitalice sus fuerzas productivas para entonces avanzar hacia lo que llamamos socialismo, cuyos intentos se han diluido en expresiones de buena voluntad. Este período que comienza con la Actualización de la economía cubana, dicta mi ignorancia, se podría llamar aún etapa de tránsito.
De aplazar ese proceso, según lúcidas y honradas percepciones –las de Fidel Castro en noviembre de 2005, cuando aludió a los gérmenes de autodestrucción que coleteaban en la sociedad cubana-, se recalaría en una casi inevitable ruina de las aspiraciones de justicia e independencia que conquistó la revolución. A pesar de ello, varias opiniones internas están convencidas de que el país transita hacia el capitalismo, porque sospechan de que, al cederles espacios económicos a los individuos y facultarlos para que contraten a trabajadores, se dispondrían los pilotes para las bases de una pequeña burguesía, que, de acuerdo con la visión marxista o de ciertos marxistas, genera capitalismo. A esa aprensión pudiera oponérsele una pregunta: ¿Y qué generaría en nuestra sociedad, dadas sus circunstancias de iliquidez, de ineficiencia, de administravismo distorsionador, si el Estado prosiguiera ejerciendo como dispensador y controlador de lo más nimio y menos provechoso, o encomendara a los trabajadores autogestionar una empresa casi en bancarrota? A propósito, en una conferencia dictada en 1962, el Che Guevara recriminaba la hostilidad entonces creciente hacia la pequeña burguesía*, clase que en útil proporción produjo alimentos, vestido y calzado para los cubanos más pobres durante el capitalismo que la revolución se proponía dejar atrás.
En mil letras y teorías lo custodios de una presunta ortodoxia o los inquietos por el riesgo de “coquetear” con el mercado expresan su inconformidad. Y ello favorece la diversidad de enfoques si se argumentaran sin interponer entre la realidad y la teoría los cristales de lo absoluto. En algunos textos, sin embargo, el lector percibe hálitos de regodeo en la denuncia, un gusto tan pugnaz por exponer lo negativo o lo inservible que uno cree que se aproximan a una “oposición” teórica aparentemente de izquierda.
En general, las advertencias parecen amplificadas por jinetes de un Apocalipsis anunciado. Quizás hayan perdido toda su confianza en la estrategia del Gobierno y, sin percatarse, esta o aquella propuestas despiden por momentos olores tan dogmáticos como el dogma que declaran proscribir; son tan intolerantes como la intolerancia contra la cual se quejan. Y soslayan la amenaza de que si la sociedad cubana no acude a lo que más rápidamente podría afianzar las fuentes para una especie de acumulación originaria del socialismo –y en ese supuesto teórico coincido con el brasileño Emir Sader-, tal vez no haya tiempo para reconsultar manuales, ni leer directamente a los clásicos.
Concluyo esta somera aproximación a nuestros conflictos, copiando y entrecomillando la mitad de una frase breve de Che Guevara y con ella acepto que, ante estos tiempos de encrucijadas y oportunidades inapelables, “tener malanga” ahora es más urgente e importante que aplicar teorías. Y ese juicio, tan oscurantista para miradas turbias, lo aclara la Historia en esas paradojas que salen sin que el autor se las proponga.
*Escritos y discursos, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, página 218
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Fabian Pacheco Casanova -
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