EL LARGO FUTURO DE TOMY
Por Luis Sexto
En marzo del 20010, al presentar una de sus exposiciones, dije que con mis palabras iba a pagarle a Tomás Rodríguez Zayas, Tomy, el privilegio de saberlo vivo y actuante, además de la dicha de quererlo y conocerlo como artista sensible y periodista agudo, para quien toda la tristeza y la alegría del mundo cabían en un pincel o una plumilla con que transformar la vida. Nadie ahora, sin embargo podrá pagar nuestra tristeza: Tomy murió el 6 de septiembre pasado- así, sin pedirnos permiso, sin siquiera prepararnos, cuando sus 61 años eran sólo promesa de madurez y sabia concreción artística.
La muerte es tan dueña y señora, que con ella el lugar común recobra su eficiencia. Por tanto no dudo en quitar a Bécquer la razón en una de sus Rimas. Qué solo se quedan los muertos. Pero qué apagados nos quedamos los vivos ante ciertos muertos. Ante el deceso de Tomy perdimos la luz ceñida con que el caricaturista iluminaba el acontecer del día sin encandilarnos, más bien penetrando la médula noticiosa con trazos tan sintéticos que conjugaban lo serio y lo inteligente del humor.
Su carácter y su conducta eran también una conjugación. El talento y la humildad se aliaban para distinguirle la índole buena, y resaltarle la decencia que lo hacía respetable por respetuoso, cordial por generoso. Recorrió parte del mundo; publicó en diversos sitios; ganó premios relevantes. Pero en su estampa desarbolada, medio quijotesca, asomaba la sonrisa y la discreción del guajiro nacido en Barajagua, Holguín. Del guajiro para quien, en el oficio de ser uno mismo junto con los demás, la fama fue como el árbol inevitable que había que subir sin comer los frutos tóxicos que ofrecían las ramas. Y empezó su aprendizaje pintando carteles y figuritas en la modesta y plural escuela de la Columna Juvenil del Centenario, en cuyos pupitres de trabajo agrícola y disciplina política Tomy mostró tempranamente la asiduidad con que ejerció su vocación hacia el arte de servir y convivir.
Suelo medirlo por este recuerdo. En 2002 viajamos a La Paz, para impartir varios cursos a periodistas y caricaturistas. Tomy fue el más útil de nuestro grupo. Además de la técnica, enseñó a sus colegas bolivianos el valor de la unidad y la solidaridad. Y por primera vez, a su influencia, todos participaron de un concurso internacional. Él les ayudó a elegir las obras; les enseñó a embalarlas y juntos fueron al correo para remitirlas a un lejano país de Asia. Él también envió la suya. Sus alumnos, luego, confirmaron el valor del cubano canoso y sonriente: el profesor había ganado el premio. O más bien, el doble premio de formador de conciencias y maestro del arte.
Varios de sus amigos, ante el féretro, justificamos el deceso de Tomy aceptando que había muerto erguido sobre una obra que testimoniará por un tiempo muy largo la mano creativa del autor. Tanto el presente como el futuro no le regatearán un nicho entre los principales caricaturistas políticos de Cuba. Su combinación personalísima de la línea y el color, su incursión en el grabado y en la pintura, en el formato periodístico y en el mural, matizan su currículo. Cuando, fuera de momentáneos gustos y afiliaciones, la crítica intente fijar el papel de Tomás Rodríguez Zayas en la historiografía de las artes plásticas en Cuba, se apreciará con despejada visión que en el catálogo de Tomy nunca ha dejado de estar la alianza creadora de la forma y el contenido. La premura del quehacer periodístico nunca le impuso la dicotomía de hacer arte o política. Más bien, los combinó, los junto sin estridencias: arte y política en consonancia, pues con aquel esta cobra la más legítima y efectiva forma. Y con ambos coligados la obra de Tomy se convirtió numerosamente en una invitación al pensamiento y la sonrisa. (Publicado en Bohemia, La Habana)
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Fabian Pacheco Casanova -
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