EL ECO DE LAS PIEDRAS
Por Luis Sexto
Estamos en el poblado de Baracoa, lindando con El Salado un poco más allá de Jaimanitas. El sol rebota en el suelo de piedra caliza con el picante candor de la media mañana. Más allá, manigua sobre piedra y, al fondo, el mar, que con un ronquido calmo se recuesta sobre los arrecifes del litoral.
La cantera es pequeña. Apenas seis hombres horadan, pican y desprenden bloques que los quintuplican en volumen y los superan en estatura. Martillos y barrenas neumáticas picotean el cuero de la tierra hasta desprender el retazo previamente marcado. Una grúa baja luego sus aparejos. Alza a aquel jimagua de témpano polar, y lo amontona fuera del hoyo donde antes, quizás varios meses o años antes, se compactaban decenas de bloques... Nada extraordinario, en fin.
Sin embargo, estamos en una cantera única.
Piedra es piedra. La llamada de Jaimanitas algo más: una piedra célebre que usted oye nombrar cuando le hablan de que aquel edificio, ese monumento fueron construidos con piedras de Jaimanitas. Y ante términos tan claros uno estima que puede imaginarla, conocerla. Y supone que es una piedra especial, propia de esa playa del litoral noroncidental de la ciudad de La Habana. Y uno se equivoca. A medias.
En Jaimanitas ya no hay piedras, al menos en ese sitio ya no existen canteras. Y, a pesar de ello, los arquitectos e ingenieros de la construcción prosiguen invocándolas, empleándolas. Porque la piedra de Jaimanitas es originaria de ahí mismo... y no lo es. También puede verse, tocarse, sacarse en otras zonas del país.
CIUDAD EMPEDRADA
Las rocas inscribieron una persistente incidencia en la fundación y expansión de la Habana. Palacios, iglesias, fortalezas se erigieron con piedras, Varias canteras cercaban la incipiente villa, muy próximas al núcleo primigenio. La calle Lagunas, cuentan ciertos cronistas, adquirió ese nombre porque en sus predios hubo una cantera y el agua colmaba varias depresiones que la excavación provocó. Y más al oeste surgieron las de San Lázaro, donde el adolescente José Martí purgó sus primeros impulsos patrióticos. Por los horrores que sufrió y vio sufrir en otros, las llamó el cementerio de San Lázaro. Físicamente las describió así: “... Extenso espacio de ciento y más varas de profundidad. Fórmanla elevados y numerosos montones ya de piedras de distintas clases; ya de cocó, ya de cal...”
Canteras hubo en el barrio de El Cerro. Y en el de El Vedado, cuando había dejado de ser eso: vedado, porque en el siglo XVI un acuerdo del Cabildo vedó el paso por caminos y trillos y prohibió el cultivo de la tierra y la crianza de ganado en esa franja de monte que por la costa hacia occidente llegaba hasta La Chorrera. Así pretendían evitar los habaneros de entonces que piratas y corsarios los sorprendieran por tierra.
Las canteras, mientras se alargaban las ambiciones de espacio de la ciudad, fueron alejándose. La última, dicen, abrió sus cuencas en la actual intersección de Quinta Avenida y calle 84. Y después saltó muy largo: a Jaimanitas. Tal vez en el siglo XIX. La playa, ubicada en la desembocadura del río de igual nombre, ganó por mucho tiempo predilección entre los bañistas. El caserío, en 1862, apuntaba solo 67 habitantes.
LA RAZÓN DE LA SINRAZÓN
En una época, el dueño donaba su nombre a la cantera que le pertenecía; también el lugar cedía su crédito. Ocurrió con la de Jaimanitas, que le regaló incluso su apelativo a la piedra. Piedras así, con la misma composición geológica, hay en toda la costa norte de Cuba. Las canteras de La Habana prestaron rocas parecidas para edificar el Castillo de los Tres Reyes del Morro, la iglesia Catedral, el Palacio de los Capitanes Generales... Pero si ello es verdad, no redondea toda la verdad.
Porque resulta que la piedra de Jaimanitas se refiere también a un toque, un distintivo, una marca de calidad. Precisamente, desde esa playa hasta El Mariel, según estudios geológicos, asoman su blancura los más reputados yacimientos de la piedra. El resto carece de esa distinción. La Corporación de Mármoles Cubanos intentó explotar canteras en la provincia de Granma, pero los resultados surgieron con el signo de menos; la piedra es allí sumamente porosa.
Jaimanitas equivale, pues, a un sello. Y por esa causa, el único centro de elaboración radica en Santa Fe, cerca del lugar que bautizó a la roca. Los bloques de un metro y tantos centímetros de alto y fondo llegan en camiones desde la cantera de Baracoa, a unos nueve kilómetros, y una máquina italiana computadorizada los divide en láminas de hasta un mínimo de dos centímetros de espesor, y luego se transforman en losas, entre otras medidas, de 20 por 40, ó 40 por 40, ó 40 por 60 centímetros. Setenta y cinco trabajadores, entre ellos l7 mujeres, participan del proceso en la planta y la cantera.
Ahora hay un auge. Aunque ya no se emplea como piedra sillar, la de Jaimanitas se utiliza abundantemente como revestimiento de exteriores. Bella en su impresión cromática entre lo blanco y lo amarillo, sustituye la pintura; permeable por su ajustada porosidad, absorbe la humedad, pero la transpira, la expulsa, y de ese modo protege la edificación de agentes corrosivos. Hoteles como el Meliá Cohíba en la capital, y en Varadero, Camagüey, Holguín adoptaron o proyectan asumir el esplendor de esta roca. Y al pasar frente a la Biblioteca Nacional, el Palacio de la Revolución y otros edificios, el transeúnte se percata que se revistieron con ella.
En partidas incluso mínimas, va a Canadá, Venezuela, República Dominicana, Panamá, Argentina, islas Caicos... Es superior, incluso, a sus similares de canteras de Colombia y La Florida. En una plancha de dos centímetros de espesor, usted casi nunca halla un hueco pasante.
Como todas las rocas del planeta, la piedra de Jaimanitas esconde millones de años de gestación. Es una piedra sedimentaria. Los geólogos la clasifican como caliza organógena. Y componen sus ingredientes: arena, caracoles, conchas y otros restos fósiles. Tres variedades la diferencian: la arenisca, con predominio, como se aprecia en el nombre, de arena; la conchífera, y la coralina, la más dura y frágil a la vez. Y como la naturaleza no se divide, ni se compartimenta, todas se combinan en un mismo bloque, aunque la mezcla no las empareja.
(Este reportaje fue escrito en el año 2001)
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Fabian Pacheco Casanova -
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Fabian Pacheco Casanova. -
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