EFECTIVIDAD VS ESPECTACULARIDAD
Por Luis Sexto
Publicado en Juventud Rebelde, La Habana
Las últimas experiencias beisboleras en el Clásico mundial trasmiten una verdad ya al parecer indubitable: más que la espectacularidad hace falta la efectividad, porque el mejor es quien renuncia a la difícil pirueta para convertir en lance aparentemente fácil la bola complicada. Y hasta aquí el ejemplo, porque si prosigo quebrantaré uno de mis propósitos programáticos cuando empecé el ejercicio del periodismo: nunca escribir de béisbol.
Si he recurrido a la pelota es por su vigencia social. Y sirve para intentar demostrar en que lo que funciona en un terreno de juego, podría de cierta manera aplicarse también en la sociedad. Ciertos deportes tienen el carisma de reproducir el drama de la existencia. Por esas similitudes entre el deporte y la vida, en el lenguaje coloquial muchas veces nos ponemos en tres y dos, o nos quedamos con la carabina al hombro, o morimos en un flaicito al cátcher.
De modo que, sin forzar la situación, advierto que la sociedad también le conviene renunciar a la espectacularidad y asumir la efectividad como una norma. Por supuesto, no me he vuelto lelo. He escrito renunciar, aunque puedo usar también el verbo denunciar: denunciar como nocivas ciertas acciones recargadas de lo espectacular y que estropean el predominio de la efectividad.
¿Imaginan a qué acciones me refiero? Por ejemplo, el maratón, ese afanarse en pocos días para construir, rectificar, o recuperar el tiempo perdido por causas diversas, como la baja productividad, o la incoherente inversión, o el retraso de los recursos, en fin, mil razones que derivan, en algún caso, hacia el pretexto. Desde luego, no dudo de que la táctica de los maratones sea válida en este o aquel momento. Aplicada como esquema operativo, como solución “política” tiende primeramente a quebrantar la seriedad del trabajo, a extender la idea de la provisionalidad y a convertir el voluntarismo en el rasero de las soluciones.
Hay más inconvenientes. Pero me ciño al político. Porque podría entonces creerse que la política es la ciencia –y el arte- de movilizar siempre en las emergencias y no la de movilizar cada día, orientando y educando hacia el afán constante y disciplinado de las hormigas. ¿Puede reanimarse un pueblo o un municipio en una semana después de meses y años conviviendo con la desidia o la incapacidad material? ¿Podría la aglomeración de trabajadores de todos los sectores, la suspensión de la vida ordinaria resanar en ese lapso el deterioro de calles y edificios? Lamentablemente, a veces se pretende hacerlo. Y luego del mercuro cromo y la aspirina, del brochazo que se diluye con el primer aguacero o del relleno que se hunde prontamente, dormir mansamente porque los problemas han recibido una respuesta.
Como no quiero pecar de agresivo ni de injusto, admito que la insuficiencia material ha aplazado ciertas obras, ciertos cuidados de preservación. Pero también reconozco que el expediente del maratón se ofrece dúctil, sin resistencia, para dar brillo ante una visita o una fecha caracterizada. El maratón y los recursos afines compensan en su espectacularidad. Merecen la música y el discurso del triunfalismo, de la complacencia de lo que ha sido hecho en un tiempo récord, en una estirada olímpica. ¿Y después dejaremos que todo transite hacia el nuevo deterioro y hacia el siguiente… maratón?
No me parece muy original decir –por evidente- que la espectacularidad queda habitualmente en el aire, detenida como la pose de una jugada de esas que los narradores califican con un adjetivo desgastado por el uso: “tremenda”. Quizás lo tremendo sea convencernos de que la eficiencia, que resulta de gastar lo mínimo; la eficacia, que se remite al cumplimiento de los planes, y la efectividad, que es la certeza de que cuanto se hace pasa la prueba de la vida, componen el único maratón plausible: el de avanzar cotidianamente, aunque sea una pulgada, frente a las urgencias que todos los días, al decir de un pensador latino, nos traen casi imperceptiblemente y nos ponen al borde del KO.
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Fabian Pacheco Casanova -
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Manolito Banderas -