¿CERRAR O ABRIR?
Por Luis Sexto
A nadie se le recomendaría que, ante un ciclón, cerrara puertas y ventanas. Resultaría ofensivo. ¿Qué cree usted, que soy tonto? Así ripostaría cualquiera. Pero después que pase el ciclón habrá que abrir la casa También sobraría la sugerencia, al menos cuando hablamos de la casa física. Pero -ah, los “peros”, esos esgrimistas sacadores de sables- existen puertas y ventanas que más que con la vivienda, tienen que ver con la razón, el entendimiento, las actitudes y todo eso que no se toca ni se ve, pero se siente.
No es primera vez que hablo de esas aberturas mentales, morales. Ni será tampoco la primera que digo que algunos –cuántos, no sé- acostumbran a cerrarlas, incluso cuando las circunstancias exigen abrirlas, aunque fuese discreta y cautelosamente. Les ponen trancas aun después de haber pasado el huracán.
¿Quieren ejemplos? Recientemente, oí por la TV cubana a un inspector del comercio decir que había cerrado un punto de venta agropecuario cuyo vendedor había subido los precios aprovechándose de la coyuntura de Gustav e Ike. Bueno, si el operador del puesto no tenía licencia comercial, nada tengo que objetar, pero como no oí que lo haya aclarado en sus declaraciones, voy a asumir que lo cerró como castigo por la extorsión. Desde mi sillón comenté en voz alta, en una irreprimible deformación profesional: ¿A quién castigó: al que subió el precio o a los que lo pagaban. Porque en momentos en que los productos del campo empiezan a disminuir en volumen, clausurar puntos de vista es perjudicar a los consumidores. De modo que si ciertos grupos de esa comunidad caminaban dos, tres cuadras, a partir del instante en que cierran el punto, tendrían que buscar otro, quizás más lejano.
Habitualmente lo aclaro: no quiero saber más que nadie; ni ejercer la crítica para demostrar independencia de criterio. Cumplo modestamente mi función de periodista, misión que suele repartirse entre “informar lo que pasa” y “ayudar a entender lo que pasa”. A ello me atengo. Y siguiendo mi análisis podría exponer otro caso de puertas que parecieran cerrarse. En el proceso concerniente al Decreto ley 259, acerca de la distribución de tierras ociosas, puede preocupar particularmente el control. ¿Pero solo eso?
A mí, si alguien le importara saberlo, me preocupa sobre todo que esa decisión tan revolucionaria, democrática y oportuna no logre los fines para los cuales fue instrumentada. Por tanto, me parece que el lenguaje ha de ser distinto: el lenguaje del estímulo, la alianza, la solidaridad. Porque insistir de manera desmesurada en el llamado control, en vez de facilitar un proceso de promoción productiva y de crecimiento numérico y cualitativo de las fuerzas campesinas –esas que sean capaces de arar la tierra con las uñas, si es necesario-, consigamos dificultarlo. El control entre nosotros ha derivado, algunas veces, en presión limitadora. Y de su significado elemental de “estar al tanto” racionalmente de costos, gastos, productividad, disciplina, moral, legalidad, se ha pasado a encumbrar la restricción por encima de la finalidad.
Habrá que estar al tanto, sí, de que no se desvíen los fines pretendiendo defender “los principios”. Sí, desde luego, habrá que estar al tanto del que se comprometió a trabajar y se ha quedado abajo, o quiebra normas sanitarias o comerciales; estar al tanto no para “quitarle la tierra” de sopetón, sino, primeramente, para estimularlo; auxiliarlo en la solución de algún problema. ¿Resultaría excesivamente engorroso actuar constructivamente antes de decidir drásticamente?
Todo se reduce, en fin, a abrir puertas y ventanas mentales. Y con ellas abiertas ver realmente en qué país vivimos, cuáles son sus urgencias, qué necesita la gente. No se, en verdad. Pero más que poder restringir o limitar, me preocupa responder de manera creadora a las necesidades de la gente. Y ello no suena extraño: ha sido la razón de ser de la Revolución cubana y del socialismo. Creer lo contrario, aquí, en Cuba, equivaldría a dejar puertas y ventanas cerradas después que pasó un ciclón.
4 comentarios
Fabian Pacheco Casanova -
Ricardo -
Tras el paso de los huracanes que han asolado Cuba he visto el reportaje de una mujer que ante la destrucción total de su casa y enseres, en un gesto de desesperación y locura, dijo textualmente: No me he suicidado por mis dos hijas pequeñas. Hay muchos padres desesperados, muchas familias sin viviendas desde los huracanes de 2001 hace ya siete años.
Las autoridades cubanas han rechazado la ayuda humanitaria de quienes les hacen un bloqueo económico por dignidad de Cuba. Pero yo me pregunto ¿Qué es la dignidad? ¿Puede una nación, un territorio, una organización, un gobierno, u otro colectivo poseer la calificación de dignos?
La etimología de la palabra digno deriva del latín y se traduce por valioso. Todo ser humano posee dignidad por sí mismo, no viene dada por factores o individuos externos, se tiene desde el mismo instante que nace a la vida y es inalienable. La dignidad es algo que nos viene dado. No podemos otorgarla ni retirársela a alguien. Aún cuando una persona fuera sometida a trato vejatorio e indigno, perseguido, encarcelado o asesinado no cambiaría en nada el inconmensurable valor como ser humano.
Siendo la dignidad patrimonio individual y no colectivo, las naciones o el estado, no son sujeto de dignidad en el sentido ético y moral de la palabra, lo son sus ciudadanos como seres humanos portadores de valores inalienables. Históricamente el concepto dignidad es contrario al poder del Estado. Fueron la filosofía, las doctrinas cristianas, el humanismo, la ilustración, las teorías del socialismo, las que lucharon por el ideal de dignidad frente a los siervos del medioevo, la esclavitud, la explotación del obrero, o los regimenes totalitarios, para defenderlo precisamente del poder del Estado. No puede por tanto el Estado invocar su calidad de dignidad que pertenece en exclusiva a sus ciudadanos.
Según Luis Recasens dos son los corolarios de la dignidad humana: el derecho a la vida y la libertad individual. La idea de la libertad de la persona está implícita, refiere el autor, en la de la dignidad. La consciencia de la propia dignidad es básica para alcanzar la autonomía personal, y sin autonomía no hay libertad. Dado que los seres humanos son libres, en el sentido de que deben ser capaces de efectuar elecciones, es necesario rechazar cualquier intento de manipulación de su libertad individual.
El bloqueo que los sucesivos gobiernos de EEUU mantienen sobre Cuba hace retrotraer la civilización a los siglos anteriores al concepto de dignidad. Sitúan la política de los EEUU contra Cuba al nivel de la esclavitud, despojando al ser humano de su dignidad. Su hipócrita ayuda es la expresión mas obscena, cínica y vil de su falsa compasión por los que sufren.
A pesar de ese cinismo cualquier madre cubana sabe que aceptar ayuda para sus hijos aunque provenga de los que la están sometiendo a un trato indigno, no supone indignidad para ella. Una madre cubana intuye, con sabiduría popular, con amor de madre que supera a cualesquiera disquisición filosófica, política o intelectual que cuando acepta comida o techo para su hijo, no es indigna. Un estado que se precie de social, justo y solidario debería actuar para sus conciudadanos con los mismos parámetros que utiliza una madre. Entrar a explicar los motivos por los que las autoridades cubanas han rechazado la ayuda de los EEUU no es prioritario en estos momentos. La prioridad ahora es evitar sufrimientos.
Termino con unas frases sobre la dignidad que invito a que lean con atención.
La dignidad es el respeto que una persona tiene de si misma y quien la tiene no puede hacer nada que lo vuelva despreciable a sus propios ojos
La dignidad no tiene sitio, ni colectivo, ni plural.
Ricardo.
Fabian Pacheco Casanova -
Fabian Pacheco Casanova -