LA ACTITUD DE CIERTOS ÁRBOLES
Por Luis Sexto
¿Podrán las palabras cambiar las cosas? Habitualmente cambia lo que uno quiere cambiar. Y las palabras suelen traducir esa actitud. Claro, hay palabras y palabras: unas respaldadas por la convicción y la sinceridad y otras dichas con desgano, vacías de sentido y móviles internos. Pero, de manera inexcusable, las palabras expresan el pensamiento, la vida psíquica... Bueno, qué más añadir a lo que sabemos. Si he hecho recordar estas verdades es porque me propongo hablar de una palabra.
Evidentemente, nuestra sociedad no es perfecta. Podríamos alegar mil argumentos a favor de la obra creadora, humanista, justa de la Revolución y el socialismo en Cuba. Solo siendo sumamente injustos o estúpidos podríamos negar el espíritu de construcción nacional que desde 1959 ocupa nuestro el espacio histórico. Tampoco podríamos negar, siendo dialécticos, que la obra revolucionaria presenta hoy, por causas externas y también internas, un lamentable deterioro. De todo ello, deduzco una conclusión: para resistir el cerco de la misma potencia que bloqueó a Cuba con sus barcos en 1898 o pretendió antes esperar a que la Isla cayera como fruta madura en sus manos, no basta resistir a secas, engurruñarse para esperar la dentellada del lobo. Urgimos de una resistencia acérrima, decidida, pero en movimiento, constructiva, acometedora. Al menos, no me parece útil, por un tiempo prolongado, el atrincheramiento que proscribe la ofensiva…
Por lo tanto, en la estrategia de resistencia ha de caber el concepto que se encapsula en la palabra flexibilidad. Ser flexible implica también ser dialéctico. Lo que no es flexible resulta metafísico, rígido, incapaz de nutrirse de la experiencia, de modificarse constructivamente al fuego de las demandas sociales e históricas. Al principio del período especial nos referíamos a la necesidad de resistir y de desarrollar al país. La estrategia estaba clara. Tal vez no estaba tan clara la percepción de que, en nuevas circunstancias, el desarrollo de Cuba no podía basarse totalmente en el orden económico anterior a 1990. La extinción de la Unión Soviética y del llamado “socialismo real” nos dejaba una lección que, a mi modo de ver, todavía no hemos asimilado.
Pues bien, flexibilidad equivale a eso: apropiarse de la esencia de las circunstancias y adecuar la conducta sin que por ello tengamos que renunciar a los principios que han informado nuestro proceder. Vuelvo a decir, como ya hace unos meses en este espacio, que si tenemos principios también sostenemos fines. Y principios sin fines no van muy lejos. Me perdonan si sueno demasiado didáctico. O excesivamente tajante. Solo estoy dando una opinión, que deseo sea sobre todo flexible. Sé que los milagros, los conjuros, las varitas mágicas no van a resolver nuestros problemas. Tampoco la inacción ni la acción limitada por visiones almidonadas, burocráticas, hallarán las respuestas que el momento nos está pidiendo, no solo en las evidencias sino también en la opinión pública que, aunque no la mencionamos con frecuencia, es tangible en nuestra sociedad.
Ser flexibles, desde luego, supone obstáculos y reparos. Por naturaleza, la mentalidad burocrática actúa inflexiblemente. Todo lo complica pretendiendo un “control” que a la larga descontrola. A todo le opone un no. Y gusta de la prohibición como ley más común dejando a la legalidad sin espacio, con lo cual, en efecto, limita a los enemigos, pero también a los amigos. Y si esa mentalidad, ese modo de enfocar y organizar la vida es también tangible, real, qué haremos para elevar la flexibilidad, al rango de conducta dúctil, previsora. El pensamiento burocrático, así, estorba al pensamiento flexible…
¿Fácil? No. Pero algo tenemos: la necesidad de readecuar nuestra casa. Y poco a poco lograremos comprender que la flexibilidad es un antídoto contra las rupturas. ¿O qué hacen los árboles que permanecen enteros mientras pasa un ciclón? Además de tener raíces hondas, sus ramas son flexibles: se doblan sin dejar de ser árbol.
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