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PATRIA Y HUMANIDAD

EL TESORO DEL MALLORQUÍN

Luis Sexto

Del libro El último viaje del diablo y otras historias cubanas de bolsillo

Editorial Letra Viva, Coral Gables.

 http://www.amazon.com/dp/B00J72L0W4

 

Todavía algunos creen ver a Pepe el Mallorquín por las calles de Santa Fe, la segunda población en importancia, pero la primera por su origen, en Isla de Pinos. Desde 1823,  el cuerpo de el Mallorquín desapareció en un sitio aún ignorado, aunque la presencia del pirata  parece custodiar sus tesoros,  tan secretamente enterrados como el cadáver del fantasma que los ronda, tal vez cerca del lunar de monte tupido, entre palmas barrigonas, bejucos y rala manigua, donde se malparaba el rancho que el Mallorquín habitaba con la Vinajeras.

El Mallorquín fue un pirata menor. Parece haber estado comprendido sin nombre  en un mensaje del presidente James Monroe, convocando la cacería contra esos bandidos, señores de  embarcaciones y  botes  sin porte “que no se divisan a la distancia y que se esconden en las pequeñas ensenadas de Cuba o de Isla de Pinos”. En 1821 deambulaban por los mares azules y broncos de Caribe y el Atlántico unos 2 000 piratas, cuyos cofres de saqueos y destrucción de propiedades atesoraban 20 millones de dólares, con la consecuente crisis en las compañías aseguradoras.

Las actas históricas atestiguan que el Almirante David Porter encabezó una flotilla compuesta por los bergantines Enterprise y Spark y las goletas Shark y Porpouse y Gampus. Inglaterra y España sumaron sus fuerzas a esta especie de safari marítimo. Las cuentas resultaron muy favorables a las potencias: la marina norteamericana  capturó o hundió  79 barcos, 62 cañones y 1300 bandidos; la británica, 13 barcos, 20 cañones y 291 hombres, y la española cinco barcos y 150 piratas.

Entre tanta gente de mar y de mal cayó seguramente Pepe el Mallorquín, bajo el crujir de los cabos y el palo mayor de La Barca, su barco. Se llamó en el nacimiento José Rives, cuyo apellido figura entre los fundadores de Santa Fe en 1809. Al Mallorquín se le recuerda con el ropaje de los bandidos buenos. Aunque nacido en Mallorca, se vinculó a  Isla  de Pinos, por ese tiempo descuidada por España, y se erigió en protector de sus habitantes. Ninguno de sus socios de piratería podía robar a ningún pueblucho o establecimiento pinero. Posiblemente por ello, el Mallorquín pasee todavía por las calles de Santa Fe, y algún iluso aún  tantee la manigua buscando el tesoro escondido de ese pequeño pirata que en La Barca nunca dispuso de más de un cañón, que le fue suficiente, según los vientos de la historia y de la leyenda, a su  coraje, habitualmente activo y salado.

Con la inseguridad del que ha olvidado algo que no debe olvidar, el Mallorquín le recordaba a su tripulación que cuando él muriera se aseguraran de que estuviera verdaderamente muerto y lo llevaran a descansar en los brazos de Rosa Vinajeras. Por esos bosques, cerca de las paredes medio derruidas y mohosas de una antiquísima iglesia, entre bejucos y ramajes, donde dicen que comenzó Santa Fe, quizás  Pepe el Mallorquín ha dejado creer que el pirata tiene cerca su mejor tesoro, el único que podemos buscar con la posibilidad irremediable de hallar: una mujer a cuyo lado pasar todo el tiempo de los difuntos.

 

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