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PATRIA Y HUMANIDAD

Ética

DE UN AMIGO A UN GRAN AMIGO

DE UN AMIGO A UN GRAN AMIGO

Luis Sexto

Palabras leídas en las honras fúnebres de Antonio Moltó Martorell, presidente de la Unión de Periodistas de Cuba, fallecido el 15 de agosto de 2017

Queridos amigos, colegas, condolientes todos:

   Renuncio hoy  a desdoblarme. Renuncio a leer estas palabras como periodista, como profesional que registra el acontecer sin que la voz le tiemble o el pulso vacile. Hoy, ahora,  como en  todos los aquí presentes, el periodista habituado a interpretar el dolor ajeno, no sabe cómo expresar su pena. Sólo la siente, la siente en silencio, como  en un recato que, en vez de aliviar, ahonda la tristeza y la soledad. Y aviva la reflexión.

Sí. Uno reflexiona en estas circunstancias que nos reúnen, y pide permiso para  confesar que, cuanto más nos adentramos en los años, cuanto más trabajos y días  acumulamos, vamos pagando la audacia de ser viejos. Sí, amigo míos, uno se va quedando sólo, uno va perdiendo la riqueza de los compañeros más cercanos, más afines. Me siento, como tantos aquí presentes: como el arbolito que ha perdido la sombra y la fortaleza del caiguairán vigilante e imbatible.

   Nosotros, que conocimos a Antonio Moltó, sabemos que nuestro jefe, nuestro amigo, era como un río subterráneo. De las aguas de su bondad, de su capacidad de comprender,  de su lealtad a los valores que defendió desde muy joven, hemos sido testigos y beneficiarios. Lo recuerdo cuando le otorgaron la réplica del machete de Máximo Gómez, esa condecoración que premia la obra sin aspavientos. Mientras pasaba a sus manos ese  símbolo de entereza y fidelidad, sus labios se apretaban como en una sonrisa que no quiere abrirse. Pero uno, que lo conocía de tantos empeños acometidos juntos, como los dedos de las manos, para intentar justificar nuestro oficio con actos de honradez y creación, uno intuía, digo, que la pretendida sonrisa era una lágrima mordida para que la emoción no se despeñara.

Moltó supo contenerse. Quizás su educación sentimental, su ética, la índole noble de su carácter le facilitó conducir procesos, orientar profesionales.  Y, sobre todo, sumar voluntades. Porque tenía la virtud de sorprenderte. Mi amistad con Moltó comenzó en los primeros años de los noventa. Yo lo conocía de vista. Del ICRT pasó un día a Tribuna de la Habana, como encargado del cierre. Yo, entonces, hacía lo mismo en Trabajadores. Y cuando subía al taller de composición tenía que verlo  de pie, acodado a una mesa revisando las pruebas del periódico que entonces dirigía Roberto Pavón Tamayo. Lo veía sólo,  aplicado, atento. Y yo pensaba: Qué clase de hombre este. Cuánta humildad y entereza. Ayer dirigiendo en la TV y hoy dirigido en una de las tareas más ingratas de un periódico. Nunca hablamos durante aquellas jornadas de cierre.

   Pasado el tiempo,  me llamó a casa. Ya él ejercía como director de política editorial en Radio Rebelde. Yo trabajaba en Bohemia. Aquel día de 1993, ó 94, que no preciso,  me recibió en la emisora, y me dijo que proyectaban un programa que se llamaría Hablando claro, cuyo objeto editorial consistiría en enfocar, explicar, enjuiciar aquella etapa que empezábamos a llamar período especial. Otros compañeros se sumarían, dijo. Le pregunté que cuándo empezábamos. Y me respondió: ahora mismo. Eres el primero en atender a mi llamado. Serás el primero: inaugurarás Hablando Claro. Comentarás la despenalización del dólar. Por supuesto, esa confianza, que lo honraba a él más que a mí, me convirtió en amigo de Antonio Moltó. Amigo agradecido, entre otros periodistas como Pepe Alejandro, Renato Recio,  Eloy Concepción...

Colegas:

   Me han colmado de honor  al hablar ante la memoria de nuestro presidente.  Y lo han decidido dándome el título adecuado. Hablarás como amigo. Sí, como amigo que compartió tareas, como amigo que presenció su insaciable aspiración de crear, de ser útil, de aglutinar… La encomienda me enaltece.  Pero no crean que me resulta cómoda. Ante un hombre que yace definitivamente para desaparecer en el polvo, y ser polvo,  cualquier persona, conmovida ante el semejante que actuó, soñó, amó, podría estimar como válidos los adjetivos más lúcidos de nuestra lengua. Como sabemos, los muertos merecen siempre el respeto ante los sentimientos de nuestra especie. Pero en el expediente de Antonio Moltó  Martorell el temor del que habla no radica en exagerar, sino en  quedar por debajo de los merecimientos del que ya no es sino un recuerdo que poco a poco se macera en el dolor.

   Tanto tiempo a su lado, me permitieron quererlo, y sobre todo valorarlo. Tantos años me facilitaron experimentar su humildad, esa capacidad de exaltar, de elevar a otros y él quedar por debajo. Esa humildad que lo impelía a consultar una decisión, oír el argumento del otro, y  tras un debate fraterno rectificar o adecuar lo que proyectaba. Poseía el don de la inteligencia, sostenida por el carisma de la modestia. En Antonio Moltó  se coligaban las ideas  y la emoción. Lo vi sufrir y reír. Puedo testificar su amplitud de criterio. Su pasión por crear.

   Entre mis tesoros –como en los tesoros de tantos aquí presentes- clasifica la amistad de Moltó. Moltó: Cabal. Solidario.  Sin doblez. Nada regalaba, sino ofrecía a quien lo mereciera y quisiera ser útil. Y nosotros sentimos la dicha de que él haya confiado en uno para la lucha actual, que ya no es, por el momento, de fusil engrasado o machete acerado, sino de fusil de ideas, de almas limpias, almas con el filo de la convicción y el empeño de comprender, convencer y conmover.

   Moltó, hermano, qué pedirte ahora, que pedirte si te alcanzo el micrófono y no lo tomas. ¿Qué te pido? Que tu memoria no descanse en paz, sino que siga trabajando en lucha, en guerra. Te necesitamos. 

APTITUD Y ACTITUD

APTITUD Y ACTITUD

 

Luis Sexto

   En algún momento nos damos cuenta de que el pasado pesa. Tanto pesa que retiene el ir hacia delante. Y de vez en cuando uno abre escaparates, gavetas, y revisa libreros, sobres,  y se deshace de lo que ya no sirve para vestir, o para leer, ni para que siga ejerciendo como testimonio palpable de una etapa.

   Hemos, pues, de echar algo atrás. Es como una imprescindible operación de limpieza, de desembarazo, sin que implique un volver a la nada. La madurez de un individuo o de una sociedad se afinca en saber elegir: elegir desde amigos o aliados hasta escoger qué ha de ir al contenedor de los desechos o qué merece seguir junto a nosotros.

   Hasta ahora, lo dicho compone episodios de la vida común. Son verdades tan evidentes que algún lector protestará por que le recuerden lo que sabe: Periodista, todos hemos vivido. Cierto. Mas, ¿hemos sabido vivir y en consecuencia dejar atrás lo caduco? Recientemente, visité la escuela donde estudié durante mi adolescencia. No fui a despedirme de ese edificio y de esos días deshojados hace más de 50 años. Mi escuela de Arroyo Naranjo, en Las Cañas,  aquel ámbito junto a un río, entre palmas persistentes, no será una de las cosas o lugares que deje atrás. En ciertas ocasiones regreso a observar el edificio y el paisaje circundante. Lo que allí aprendí es la base de cuanto soy. Podría haber sido peor, sin haber estudiado y jugado en aquel contrapunteo escolar entre la libertad y la disciplina.

   De ese viaje a lo vivido deduzco que  evocar y sostener las normas entonces asimiladas,  no es lo mismo que pretender regresar a la adolescencia cuando uno se acerca a momentos cruciales de la existencia: la vejez pesarosa y el posible cercano final. Volví para reafirmar de dónde vengo y repasar todo lo andado con los medios básicos construidos en esa mi escuela decisiva, para determinar exactamente hacia dónde voy.

   En lo social, el pasado tampoco podrá ser una rémora, ni una poceta de aguas estancadas. Pero, posiblemente, nos esté entorpeciendo. A ciertas personas se les figura que la sociedad cubana rema en la canoa de la confusión. Y me pregunto si esa dificultad para ver claro de noche se deba a quienes son incapaces de alumbrar y persuadir a los confusos de que Cuba necesita modificar su arquitectura interna y que, sin ninguna otra alternativa, aprender a administrar exige la conjunción de la flexibilidad intelectual y la beligerancia de la vergüenza legada por la historia de nuestra nación.

   El presente –quién podrá ignorarlo-  es la base del futuro. Más bien, el futuro hoy. Pero a esa dimensión temporal sin estrenar en los almanaques, no puede ir ni lo inepto del pasado, ni lo inhábil de la actualidad. Ya sabemos qué es lo peor de ayer: lo infectivo, lo absurdo, lo improvisado, lo irracional. ¿Y lo peor del presente? ¿Lo conocemos? ¿Hemos reflexionado sobre nuestra conducta individual y colectiva para preguntarnos si cuanto hago y hacemos es lo justo para trascender esta época de modificaciones, sin atascarse en una fallida buena voluntad que, en vez de contar  con cada uno de los ciudadanos, los  aleje?

   Una vez hablamos en este espacio de la urgente vigencia de los aptos y de los más aptos. Y uno a veces cree que la falta de acometividad en algunos y su inclinación a aplazar riesgos inevitables, convertirán las pruebas actuales en los riesgos del mediano o largo plazo. ¿Y qué se gana alargando soluciones, conviviendo con problemas?  Evaluando el costo de cada período, me parecen más costosos los riesgos cuyo afrontamiento se ha suspendido hasta más tarde. Porque, al llegar la hora demorada, quizás ya no podamos obrar, como ahora hemos  de obrar. Si lo menos útil del pasado ha de echarse en los desagües y extirpar así en nuestra mentalidad los condicionamientos retardatarios, tengamos en cuenta que el futuro no admite deudas sin exigir severos intereses.

   La mejor aptitud del momento, pues,  reclama una actitud ética. Ya vamos reconociendo que la ética está entre lo más dañado en nuestra sociedad. Y ese es el mayor riesgo en el país donde el Che Guevara denunció que quien, valido de su posición considerara estar por encima de las leyes y del respeto a los bienes del Estado y a las personas, obraría contra el poder que representaba, y distorsionaba los empeños nacionales. En dos palabras: se corrompería. 

Veamos claro, por tanto, que los actos sin ética contienen  también otro peligro: la decepción, la indiferencia  de los que piden señales de luz para orientarse en sus dudas y en cambio perciben sombras. Ojalá todos podamos volver a  nuestra escuela inicial y releer las lecciones de ayer bajo una luz más pura y luego repartirla.

CONTRA LA FILOSOFÍA DE LA INCONSCIENCIA

CONTRA LA FILOSOFÍA DE LA INCONSCIENCIA

 Luis Sexto - @Sexto_Luis

Foto: http://eticaconductahumana.blogspot.com/.

  Vive la vida, recomienda la filosofía del barrio. ¿Y acaso hacemos algo distinto? Tengo vida, luego vivo. Esa es la certeza íntima e impostergable de cualquier persona. Vivir, imperativo, avalancha sucesiva de energía y conciencia. Pero la frase no es tan torpe como aparenta. Excluye el simple existir, el mero impulso de respirar y andar.

   Vive la vida, me aconsejan al lado. Y en el horizonte de tan redundante máxima, prevalece  cierta subrepticia y nociva  intención. Recomienda algo más. Y lo que pretende sugerir en tono tan inapelable, equivale a un apartamiento de las consideraciones éticas, a un cerrar los ojos ante una disyuntiva moral. Sacrifica la honradez, la verdad, el amor. A eso apunta. Porque vivir la vida para esta frase tan recurrente implica la erupción del yo y la inmersión del él, del tú, del nosotros. Exaltación, apoteosis del egoísmo, en la trama un tanto desvergonzada de una filosofía vitalista cuyo objeto es el placer y el tener.

   Vive la vida. Goza, despreocúpate, záfate. Y los principios, ah, los principios, conviértelos en tus “fines”. No partas de ellos, móntate sobre ellos. Y simúlalo. Sólo se vive una vez...

   Ahora, luego de haber conocido, alguna vez pronunciado y de haber  hecho la ficha de tantas frases de uso común, me doy cuenta de que son versiones de una única actitud; visiones presuntuosamente originales del descrédito. Vive la vida. ¿No es en su esencia igual que Déjate de escrúpulos, Échatelo todo a la espalda, Que arree el de atrás... Este diccionario ha sido un serón de redundancias, un tragante de malquerencias. El contacto con un lejano y persistente legado que utiliza la lengua para acusar su presencia.

   Y no ha de asustarnos. El hombre es mezcla. La vida es mezcla. La historia se configura con el barro y con la sangre. Y la sangre va limpiando, como el discurso de Diógenes desde su barril, las adherencias irracionales. Y la frase de Vive la vida abre, como luego de un baño profundo, otros espejos, se resuelve en otra dimensión. Y en vez de ser sinuosa, escabrosa, norma de conducta, pasa a componer un desafío. Vive la vida. Esto es, sóplale sentido: convierte el beso en luz; el trabajo en cimiento; el deber en identidad; la palabra en sinceridad; el acto en justicia; la relación en solidaridad.

   Y los principios, ah los principios, transfórmalos en fuerza, en medio de renovación. Porque, si no, por mucho que los pregones, por mucho que aparentes rendirle acatamiento, se descubre que está viviendo la vida al revés, usándolos para tu provecho. Con lo cual, además de falsearlos, los expone al desdoro. Porque otra cosa no hace quien, en nombre de de lo justo, daña a una persona por  emplear equívoca o inmoralmente sus principios .

   Simone de Beauvoir recomendaba que para vivir con plétora de satisfacción la etapa última, esa que los nomencladores llaman eufemísticamente tercera edad, hacía falta entregarse a una pasión, a una obra, a un semejante. Y me parece que no solo en el trámite final de la existencia. Entregarse a una pasión aun cuando el vigor se desparrame por hirviente y abundante; a una pasión -creo interpretar la idea de la compañera del filósofo Sastre- que rebote en otro, en un plural juego de dar una prenda, aunque del lado de allá solo retorne el vacío. Porque, al cabo, el acto de dar implica también el de recibir las certezas de que se tiene el sentido profundo de la solidaridad. Solidaridad que no espera regreso, ni pago, ni gratitud. Y olvida pronto lo que dio.

  Me he repetido, en voz alta, estas ideas aprendidas expiando tantos yerros, tantos devaneos. Y debo quizás dar gracias por intentar comprender que vivir la vida es una suma de elementos que no tienen razón natural para derivar en el egoísmo. Si así fuese, ya empezaría a ser el “bon vivant” de los franceses. El “vividor” de nuestra lengua, ese que chupa, muerde y luego se lava las manos sin sentimiento de culpa ni de responsabilidad. Me parece que para vivir plenamente  mi sueño,  también  tú el tuyo, es inevitable integrarlo al sueño del otro, tal vez propiciando el sueño del otro. Porque, de otra forma, como diría el poeta Bécquer, qué solo se quedan los muertos… de espíritu.

¿NUESTROS NOMBRES CON MINÚSCULA?

¿NUESTROS NOMBRES CON MINÚSCULA?

PERIODISMO Y ÉTICA 

Conferencia leída el 2 de noviembre de 2016 durante el Festival de la prensa, en Holguín 

Luis Sexto - @Sexto_Luis

Colegas, compañeras y compañeros:

   Con las manos bajo el mentón, viendo  llover en La Habana, se me ocurre, sin ánimo de teorizador, que nuestra época deriva de la postmodernidad, aún sin cuajar, hacia cierta post eticidad. Intenciones de indigestar aparte, ese es un signo progresivo, que no progresista, en nuestros días: la inmersión en las tinieblas de ciertos islotes de la ética, y su resurgir del ojo de agua de lo que fueron, trastornados en no-ética. Pero, ¿es posible entre nosotros la no-ética en el sentido que pretendo añadirle, esto es, una sustancia convertida en su contrario? Desde luego, la no-ética implica lo opuesto de la ética. O incluso supone una nueva ética entrecomillada que usurpa y modifica en nuestra sociedad la ética  del ser solidario,  que se extingue en este o aquel individuo, en este o aquel ambiente.

   Tal vez el periodista que soy no haya articulado el filosofema según las reglas del pensar. Ilustra, sin embargo, mi percepción de que la ética, la que hasta hoy hemos asumido aquí como justa y conveniente, experimenta un proceso de rebajamiento. No todos -es de suponer- piensan igual que este hablador. Más bien, en alguna conversación entre amigos me han dicho que cada época, o un determinado conjunto sucesivo de épocas, según sea su desarrollo científico, técnico, comunicativo, implanta nuevos mandamientos éticos, porque las circunstancias sociales y económicas condicionan cambios en las relaciones y la mentalidad de los grupos humanos. Acepto ese juicio por su más o menos evidencia teórica y práctica. Pero dudo cuando me aseguran, refiriéndose al periodismo, que hoy no necesitamos secretos, ni datos clasificados, ni respeto al derecho ajeno en lo que atañe a la información, la noticia, o  lo confidencial.

  Así lo he oído. Porque ante la velocidad misilística, y la capacidad camaleónica de los impulsos y artilugios computadorizados,   todo lo que hasta hoy fue respetable ha perdido parte de su  dignidad, para quedar bajo la caótica ejecución de la “era cibernética”. Lo digital es el nuevo dios. Y ante ese dios en minúscula, uno pregunta: ¿Qué sitio ocupa el Hombre con mayúscula? ¿Miembro programado de la servidumbre; número racional de una tripulación que sólo manipula los instrumentos, y los aparatos definen el rumbo y el comportamiento humanos?  No conozco la respuesta. Percibo, sin embargo, mi pronta involución hacia una especie de robot con un cerebro biológico alimentado mediante programas informáticos  y custodiado por sistemas de antivirus contra cualquier mal, menos contra la deshonra.

   Lo admito: El perfil delineado hasta este punto parece exagerado. No obstante, anclando en nuestro tema, el micromundo del periodismo en Cuba revela síntomas de manifestaciones no-éticas, o de una nueva ética, a la cual tendremos que variarle el nombre. ¿Ética? ¿Qué es la ética? En palabras comunes es un código, un compendio de preceptos que rige, en lo  general, además de las leyes, la conducta de los seres humanos en relación con sus semejantes, o el proceder profesional, también vinculado por decreto social a otras personas. Lo apreciamos sin mucho ahondar: la ética se articula, porque al frente o al lado,  más allá o acá de la mujer o del varón, existen otros sujetos. Y esa presencia percibida en múltiple dirección -presencia que mira y es mirada-, necesita y justifica el comportamiento ético. Por ello, hacia el año 1760 antes de nuestra era, se compuso, verbigracia, el código de Hammurabi, y más adelante el decálogo judío y luego cristiano. Esas piedras, y otros cimientos morales, coadyuvaron a encuartonar el animal de fondo que aún ruge y nos desgarra en nuestra esencia social.  

   De acuerdo estoy, por tanto, con quienes sostienen que la ética, tabla  reguladora,  no procede del orden; más bien del desorden. Porque  ética, en su raíz griega, significa costumbre, como la moral, cuya etimología latina proviene de mos, moris (si recuerdo con exactitud la declinación), y que tanto relacionamos con la ética hasta convertirlos en términos y conceptos sinónimos, aunque se diferencien en sus funciones: la moral dicta cómo debemos actuar y la ética establece por qué debemos actuar de esta u otra manera. Es la ética, sobre todo, una disciplina filosófica que intenta ordenar el desorden, equilibrar el desequilibrio, someter el libertinaje para que evolucione hacia el ejerció de la libertad mediante la opción voluntaria entre la ética y la no-ética.    

   El individuo elige, en efecto. Tal vez un sujeto, un periodista, educado con rigor en los valores de la solidaridad, le resulte casi imposible atribuirse lo sustancial del trabajo de un colega, o lo que significa lo mismo: plagiar. Tampoco se burlará  de su entrevistado, y de  los receptores, adulterando las respuestas a las  preguntas que  le haya formulado a aquel. Pero en esos ejemplo no me refiero al determinismo biológico –ser generoso por nacimiento-,  incluso ni al determinismo social -ser justo por decreto inapelable. Si nos guareciéramos en términos absolutos bajo esos toldos, hasta el castigo de los jueces no tendría ninguna justificación ante el delincuente. El pobre: nació con un defecto: es incapaz de ser honrado. No resulta determinista, en cambio, el polaco Rysiard Kapuscinski, uno de los John Reed de nuestros tiempos, cuando reconoce que los cínicos no sirven para ejercer nuestro oficio. Y me parece que el calificativo de cínicos lo aplica el autor de El emperador, a quienes eligieron practicar contra la ética, o sin ética, el periodismo. Si los periodistas promovemos valores en quienes leen, ven, oyen  nuestros enunciados, la aplicación consciente de la ética del periodismo es, por tanto,  uno de los métodos para colaborar en “la agónica rectoría moral del pueblo”, de acuerdo con frase textual de Martí.

   Por lo dicho, violar preceptos éticos implica en cierto extremo, la inefectividad o el fracaso de nuestros cimientos educativos. Cuando aceptamos que en nuestro presente, aquí en Cuba, el periodista puede ser susceptible de retroceder hacia un descomprometimiento con la ética del periodismo solidario, veraz, equilibrado, achaco  en parte a la pedagogía y a la escuela cubana, en su extensión incluso universitaria, debilidades que facilitan lo que en denominaciones de la casuística religiosa podría clasificarse como “conciencia laxa”, o carencia de escrúpulos morales. Entre paréntesis pregunto: ¿Cuenta la ética con el número suficiente de horas en el currículo de nuestras escuelas y facultades de periodismo?

Colegas:

   Ya he sugerido que existe, en primer lugar, una razón para la ética del periodista: ejercemos una profesión de servicio. Y los destinatarios de nuestro trabajo, le profesan al periodismo, y por ende al periodista, un respeto que linda con lo uncioso. Todos tenemos la experiencia de ser observados, y juzgados como personas abrillantadas por un aura de sacralidad. ¿Qué puerta por lo común no se nos abre? ¿Quién no cree que tocamos los vasos de lo exclusivo? Esa valoración popular tan extrema implica la razón máxima de nuestra ética profesional. Lectores, telespectadores, oyentes, incluso cibernautas, esperan de nosotros una actitud, un crédito, una autoestima que no supongan vanidad, o irresponsable búsqueda de noticias o inconsecuente gestión de privilegios materiales a cambio de mi letra o de mi voz ahogadas  en  la crema de apologías particulares. Obligados estamos a servir, pero sin renunciar a la honradez. Seamos  audaces y creativos sin trucos. Serviciales sin propinas.

   Nuestro único privilegio habría de ser el servir con modestia. Nuestra faena se concreta en solidaridad. Recuerdo a Félix Pita Rodríguez cuando lo entreviste un año de los 1980, a petición de la revista Bohemia, siendo yo periodista de Trabajadores. En aquella conversación -luego reeditada muchas veces entre el aprendiz y el maestro-, Félix, el poeta, el narrador de espejeante humanismo, me confesó que su divisa era: “Servir es más precioso que brillar”. Más adelante, me recordó otra de sus frases poemáticas: “En lo más alto el corazón”, que remachaba, con clavos de cordialidad, la ética del ser, del ser solidario, en el autor de Tobías..

    Afanado y afamado redactor de periódicos y guionista renovador de espacios radiales en la década de 1940, Pita Rodríguez puede ofrecernos eso versos para resumir la ética fundamental de los periodistas cubanos. Pero sospecho que algunos de nosotros preguntarán: ¿Dar tanto a cambio de tan poco? Y cuando escribo “tan poco” me refiero a las limitaciones prácticas del periodismo generadas por la regulación exógena, es decir, desde fuera. Mi edad, y mis 44 años de servicio en el periodismo revolucionario, me permiten asegurar que no siempre la prensa de la Revolución redujo tanto sus funciones. Y si lo sostengo, sostengo también que aquel uso creativo, regulado y autoregulado  desde dentro, en franca dialéctica entre la ética y la técnica, tendrá su retorno. La experiencia confirma que la regulación externa condiciona un periodismo de escasa factura y de menor rendimiento informativo y político.

   Ahora bien, periodistas, cuál será nuestro papel en el mejoramiento de nuestra prensa. De acuerdo con la experiencia, habremos de actuar de modo que merezcamos confianza. Y la mereceremos con la ética como fundamento. No; no seamos víctimas del ilusionismo en el uso de los cristales de la web como si fuese un potrero tan ancho como la pampa, donde la inteligencia, en vez de ampliar su libertad y su saber, sucumba aplastada por los cascos de la desregulación o la estolidez, o consumida por los humores impunes de los seudónimos, o sepultada por la injuria, la mentira, la verdad a medias o distorsionada. El fantasioso paraíso de la impunidad en las redes sociales pasará en el mundo, incluido el mundo del capitalismo. Ya algún medio de sociedad capitalista, ha advertido de los riesgos. Y ha comenzado el reordenamiento de esa llanura polar. De nuestro amigo Juan Marrero, presidente de la Comisión Nacional de Ética de la UPEC hasta su deceso, tomo este dato:

 “…La Dirección General de BBC, una corporación pública, dio a conocer normas que implican a todos sus empleados en las redes sociales. Y, entre esas normas, figura el consejo de ´no hagas nada estúpido…cuida tus mensajes, sean privados, directos, abiertos o públicos´. ´Aunque creas que un mensaje sea restringido, puede ser compartido muy fácil y rápidamente con un público más amplio´”. También  estas otras reglas, según Marrero: “No critiques a tus compañeros, no reveles información confidencial de la BBC”.

  Previamente, de acuerdo con la misma fuente,  la BBC emitió un documento titulado Reglas de juego para los periodistas, donde señalaba que “las normas y recomendaciones de la Guía del Productor de la BBC se aplican a todas las actividades en todos los lugares del mundo y en todos los medios de difusión de que dispone. Son parámetros para proteger la reputación de la organización a nivel internacional”.  Y finalizaba Juan Marrero:  “Otros medios como RTV Española, la prensa norteamericana y La Jornada, por solo señalar algunos, también han creado normas para sus periodistas en las redes sociales”.

   Lo hemos oído: A la prudencia convoca hasta la BBC.  Según José Martí, él éxito o la felicidad  radican en el “uso prudente de la razón”. Y un principio ético de la sabiduría oriental  nos refuerza  la recomendación del Apóstol: Nunca quieras demasiado de nada. Nunca estés demasiado seguro de nada; solo la ignorancia está segura, la sabiduría duda. Quizás hoy el periodismo urja de que al Homo sapiens sapiens, puerto de partida del Hombre actual, lo acompañe el Homo sentiens, el ser humano sensible, capaz de conmoverse y conmover; servir antes de servirse.

   La audacia, la frescura, la agilidad del periodista se fundamenta en la responsabilidad personal, encarecida por nuestra ética. Porque, parece claro, la virtud técnica de los medios no impone las normas morales; normas imponen la profesionalidad honrada, la agudeza política y el compromiso con la verdad en oposición a lo falso o inseguro, a lo que no es, en definitiva, caña de interés para los molinos de la información pública, en una sociedad convocada a relacionarse en un orden socialista, solidario en suma.

   Amigas y amigos:

   El decursar de nuestra especie enseña que el futuro no admite arrastres: arrastres de problemas, de dudas, de vicios y conductas impropias u obras incompletas. Porque significaría llevar lo peor del presente al mañana. Y el tiempo por venir vendría a ser parte de nuestro mal tiempo. O lo que es igual,  si no mejoramos, seguimos estacionados. Porque no basta con dictar nuevas leyes, modificar otras, aprobar estrategias y métodos, si carecemos de la capacidad y la voluntad de concretarlos, o los interpretamos como nos parezca o convenga, en un  acto de indisciplina que reta al orden y que retrasa o paraliza la necesidad de mejorar.

   Los periodistas cubanos estamos hoy ante una disyuntiva: ser consecuentes con lo que pensamos. Esto es, ser honrados para no quebrantar nuestro compromiso con la sociedad cubana y sus ideales. A pesar de que algo normativo he expuesto aquí, me asusta decir a mis colegas cómo han de pensar o actuar. Pero si somos leales a nuestra vocación, nuestro índice señalará el lado de la ética y del deber profesional. Lo cual sería, a mi pensar, aliarse también con el sentido común. Quizás, por ello, no debamos omitir esta cápsula en apariencias paradójica y que a veces he tenido junto a mí para preservarme de actos improvisados sin móviles, sin efectos, y sin afectos: El sentido común es la primera expresión más inteligente del periodista. Milenios antes, Salomón nos recomendó en uno de sus proverbios: El hombre cuerdo encubre su saber, mas el necio publica su tontería.

    Día a día, los seres humanos afrontamos diversas encrucijadas morales. Unos, ante la necesidad de tener algo más que lo básico -aspiración justa-, pueden intentar conseguirlo de manera poco honrada y honrosa. Por supuesto, la necesidad sólo explica la ruptura ética; nunca la justifica. Quien roba para satisfacer urgencias de índole material, no pasará el visto bueno de ningún tribunal.

   Otros, en cambio, prefieren ser consecuentes con lo que estiman sus deberes morales, incluso políticos, y acuden a métodos que preserven su entereza ética. El Hombre, en defensa de su integridad, no debe ir en contra de lo que ha creído y defendido: porque  se exponen a fragmentarse como unidad cultural y ética. Si evaluamos con criterio filial el país donde nacimos y aprendimos a vivir, incluso a hablar y a  escribir, quien pretenda usarnos en sentido opuesto a los  ideales de justicia e independencia, pivotes de la historia de Cuba, aprovechándose de nuestras carencias, habrá de oír una sola respuesta. Según una perspectiva económica, el periodista puede vender su trabajo, su talento. Eso hacemos: trabajamos y cobramos, o mal cobraremos hasta un momento, pero  mi nombre, mi firma, por pequeña que sea, no está en venta. Que tenemos necesidades  domésticas, incluso profesionales, sí; que aún no componemos en nuestros medios el periodismo que deseamos  o el país necesita, sí. Pero  quien vea la vida como una causa que exige compromisos con la ética y la  política, sabrá escribir o hablar para expresar los imperativos de su conciencia y de las urgencias sociales. Quizás  –digo quizás- el problema  actual de los periodistas cubanos no consista sólo en tener poco espacio físico y jurídico, sino en no saber usar hasta lo máximo posible el espacio puesto a nuestra elección.

   En fin, todo se trata de una opción ética o no-ética. O soy el que soy, o soy dos a la vez. Y ser dos a la vez, es decir, el periodista escindido, con dos caras, me parece que es incompatible con la moral más humanista, revolucionaria y profesional. Sobre todo cuando los tiempos nos presentan dos o tres rutas para intentar ser personas y profesionales satisfechos en sí y de sí.

   En la Unión de Periodistas de Cuba, un código de ética establece cómo debemos actuar y por qué debemos actuar de este modo. Pero es necesario que todos nos preguntemos: ¿Para qué soy periodista? ¿Para construir o para destruir, para formar o deformar? ¿Soy periodista sólo para comer, o viajar,  o ganar fama? ¿Sólo para aprovecharme de lo que yo puedo representar en la sociedad desde el ejercicio del periodismo? De las respuestas quizás dependa parte de la solución de las quiebras y tropiezos de hoy.

 Resumo: mi tinta es pálida, pero es mi tinta: la que elegí  hace 44 años y he  usado hasta hoy. ¿He de echar a perder su final? Quien comienza, quizás crea tener tiempo para elegir entre dos o tres propuestas. A mí sólo me queda una boleta: ser el que he sido, y defender lo que he vivido y soñado, aunque se interponga alguna decepción.

Muchas gracias.

lusman2@yahoo.es

LA PALANCA DE ARQUÍMEDES

LA PALANCA DE ARQUÍMEDES

Luis Sexto - @Sexto_Luis

   Va pasando  el año. Y lo sucedido ayer es cronología; lo que ocurre hoy es acción u omisión, ingredientes futuros de la historia que habremos de juzgar observando el pasado. Y aunque estas definiciones sean obvias, tengamos en cuenta que entre el pasado y el presente se establece un encadenamiento, y cuando este se olvida, quizá el camino desaparezca en el próximo recodo.

   Hoy, por tanto,  andando hacia el fenecer del año,  ha de haber espacio para la reflexión, sin que pretendamos suscribirnos al patetismo, ni convocar las lágrimas. La vida no puede reducirse a un ver pasar, con pisadas dramáticas, los números del calendario. Ni adaptarse a la resignación del condenado a vivir hasta un día.

   No acusen al articulista de filosofar. No soy filósofo en el sentido de meditar sobre las leyes generales del desarrollo de la vida y la sociedad. Quizá lo sea en el significado más común: querer explicar o interpretar las cosas más inmediatas de hoy y de ayer. Quizá pretenderlo sea una de las funciones de quien se empeña en articular propuestas periodísticas. Y, siendo claro, un periodista que entrega su opinión no ha de servirles a los lectores una compota azucarada para que la deglutan sin masticarla. Qué sentido tendría entonces escribir. O leer.

   ¿Estamos filosofando? Hasta cierto punto estamos reflexionando. Y como ya dije, qué otro momento que el fin de un almanaque resultaría más propicio para pensar en el transcurrir del tiempo, en ese amontonar los números siempre iguales de los meses, y al final reconocer que lo fundamental resulta la muda de la numeración del año, en esa convención que es la mensurabilidad de los días.

   En lo personal, me he negado a que el tijeretic y el tijeretac del tiempo —según la onomatopeya del novelista Miguel Ángel Asturias— corten la fe y la esperanza en que mañana seremos mejores a pesar de nuestra humana tendencia al error o al cansancio. Según mi parecer, lo más apropiado sería encarar el paso de un período a otro con actitud indagadora, preguntándonos para qué vivimos y a quién o a qué servimos, y al cuestionar nuestra conducta, quizá derivemos hacia una posición ética. Porque si profundizamos, nos iremos dando cuenta de que la vida en su origen y continuidad es un «milagro»  sin aspavientos, ni pirotecnia.

   Un «milagro» que en lo social incluye el éxito. Porque, cuando nos deseamos entre todos  «un próspero año nuevo», estamos refiriéndonos a tener éxito. Y esa es una de las palabras más recurrentes en el mundo. Revela, incluso, la medida de la historia personal del individuo. Lo caracteriza. Lo identifica. Pero en la generalidad del planeta, éxito es sinónimo de lujo, de mansión, cuenta bancaria, ganancias, zona exclusiva, diferenciación; más dinero, más consumo suntuario, según las definiciones de un diccionario metalista.

   Reconozco que las personas han de tener el derecho a consultar el diccionario que prefieran. Mas, alguna vez, habrá que preguntarse si la humanidad podrá seguir andando acompañada de desvalores que pretenden revalorizarse con la bolsa o en el bolsillo. Un filósofo español se refirió hace decenios a la deshumanización del arte. Ahora habría que aludir a la deshumanización del Hombre. O del trabajo, del hacer, del lograr. La civilización desespiritualizada del capitalismo ha desteñido valores propios del heroísmo ético. Y la mayor parte de lo humano se mancha con el metal o el papel que el italiano Papini tildó de «estiércol del diablo» y el español Quevedo nombró «poderoso caballero».

   Casi toda victoria sobre las torpezas físicas, casi todas las hazañas se traducen en dinero. Y a punto de perecer se hallan el ideal y la utopía. Con ambos podría morir la posibilidad de una humanidad más humana, tan humana que sufra hondamente el daño de la Tierra, que ame y proteja al hermano árbol, a la hermana agua, a la hermana nube, y al hermano hombre o la hermana mujer. Y condene la desmesura, el absolutismo monetario, como en la décima que el poeta Argelio Santiesteban puso ayer en la bandeja de entrada de mi correo: «Tú maculas cuanto tocas, /tornas la amistad letal, /el amor en tremedal, /la vida en lecho de rocas. /Mas me alegra que en tus locas /andanzas, mal caballero, /en un tiempo venidero /a ti veremos perderte /pues decretará tu muerte /la historia, sucio dinero».

   Y a dónde quiere usted llegar, escucho la reconvención de algún lector al tanto de las contradicciones. ¿Acaso los cubanos no estamos pensando y actuando en un proceso planeado en el tiempo y en sus fines, para que el dinero se revalorice, y que el trabajo se ejerza para que los individuos no solo se destaquen moralmente, sino sean capaces de superar sus ingresos y en consecuencia cada familia sea próspera, y con la prosperidad sea dichosa, como estableció Martí?

   Comprendo que he podido atizar la duda, la inquietud. Pero no voy a ningún lado: solo he dado vueltas al círculo de mis ideas. He hablado más bien de las tendencias mundiales. De esa especie de declive ético sobre el cual las cosas y su versión monetaria se erigen en ídolos y los sueños se arropan en la fermentación parásita del poder. Y tres o cuatro países muy ricos,  poderoso en lo militar, determinan quién gobierna y qué se decide en cualquier tribu, cualquier oasis, cualquier isla, cualquier pueblo donde se expongan a disminuir o perderse los intereses de una palabra en apariencias echada al olvido, y que más que pronunciarse se ejecuta como una doctrina insensible y pragmática: imperialismo. De la antigüedad occidental parece ir quedando como cultura y recurso todoterreno, solo la palanca de Arquímedes, que hoy parece presionar a los más débiles.

   Recordémoslo: a Cuba también la observan a través de una mirilla telescópica, como cazador a su presa. Y por ello concuerdo con la idea de que nuestra nación será efectivamente más fuerte, certera y dichosa, cuanto más próspera sea. Porque no habrá socialismo sin bienes que distribuir, ni tampoco lo habrá si obligamos al dinero a bajarse a destiempo en cualquier estación. En síntesis, nuestros bienes se generarán desechando los resortes idealistas que ya demostraron su inefectividad, pero sin suministrar vapor a la calentura metalista del éxito promovido por la globalización y el neoliberalismo.

   Y para afrontar los desafíos de la transformación, hemos de insistir, por tanto, en la política socialista de equidad, justicia y solidaridad, con la cual se puedan prever y detectar los granos de inconsecuencia o de perversión que, como el comején a la madera débil, intenten agujerear el empeño de salvar a nuestro héroe: es decir, al pueblo, exitoso en lo individual y colectivo. Y sería inadmisible, por esa razón, la evaluación maquinal, insensible cuando se determina quién y cuánto precisa de la asistencia o de la seguridad social. Nuestra experiencia confirma que la carencia, la pobreza material, la sensación de desamparo, azuzan la vigencia de tendencias rastreras, porque el «estado de necesidad» es una ventana a conductas que pueden saltar la valla de la moral o la política vigente.

   Todos, si es posible término tan absoluto, hemos de inmunizarnos contra el egoísmo y la corrupción mediante la ética del servir sirviendo. Y que nos midan por ese proceder. Sancho Panza, a quien solo lo preocupaban el pan y el queso, no debe derrotar a Don Quijote, más interesado en servir que en comer, aunque se sentaba a la mesa, como es necesario y justo.

   Así, al doblar el recodo, el Caballero, que aun en su aparente locura literaria es recipiente de lo mejor del ser humano, seguirá haciendo caminos al andar entre claridades.

¿ESCOBAS O ALFOMBRAS?

¿ESCOBAS O ALFOMBRAS?

Luis Sexto - @Sexto_Luis

   Aunque parezca increíble, todavía hemos de preguntarnos qué es mejor para mantener limpia la imagen pública de una entidad o una persona: la escoba o la alfombra. Y en consecuencia habría que determinar si barremos para fuera o escondemos los desperdicios. Nada nuevo digo. Esas son las recurrencias metafóricas con las que intentamos expresar los términos de un dilema que ya encanece y que en el fondo se reduce al predominio de esencias o de apariencias.

   Durante años algunos de nosotros se han adscrito a la esquina menos comprometedora a simple vista. Cuántas veces hemos oído la reconvención de “usted ha lacerado la imagen de los trabajadores de nuestra empresa con su crítica”. Y uno, que ha aprendido a discernir lo que es verdad y lo que se maquilla como verdad, responde: En efecto, puede molestar sentirse envuelto en una denuncia pública, pero lo que ha de agraviarnos e inquietarnos será ver a un cubano afectado por una acción injusta y que alguien sea capaz de justificarla u ocultarla.

   Se nota, por tanto, que tras el empeño por salvaguardar  apariencias engañosas influye la doble moral, esa mirada de la conducta  que aparentando tirar los ojos hacia lo recto, se tuerce por debajo del hombro en una finta futbolística que intenta patear un balón falso mientras el verdadero se escurre por las líneas laterales. La doble moral puede definirse como la carencia de moral; dos morales solo pueden caber en la amoralidad, porque no parece admisible ser leal a dos causas antagónicas como la simulación y la sinceridad.

   La doble moral, sin embargo, aunque pueda ser en alguna persona un don gratuito, ha tenido  un  condicionamiento en nuestras relaciones sociales. A veces ha predominado la incapacidad para clasificar la crítica como un instrumento de la dialéctica. Y sobre todo ha faltado la flexibilidad para aceptarla. ¿Qué hacer, pues, ante quien, sentado a una mesa de preeminencia, se remueve cuando oye lo que no le gusta o no le conviene, y luego manda a callar, o cuando en vez de orientar u ordenar, manda sin el matiz que admita un reparo, una salvedad? Lo sabemos: no es la primera vez que se habla o se escribe contra esa especie de alergia crítica, cuya llaga más notable es la doble moral.  

   Hemos aludido con insistencia a la crítica y, sobre todo a la ética. Y quienes han aludido a la ética saben que esta trasciende la palabra misma y, sobre todo, supera la firma de un compromiso. Un compromiso que ha de suscribirse, sobre cualquier rúbrica, haciendo coincidir leyes y conducta, esencia y apariencias.

   Admitamos –me atrevo a recomendar- que la política, la ética y la crítica han de andar como en una alianza defensiva. Las tres se entrelazan en los fines. Y serán más efectivas cuando la política, la ética y la crítica respondan a las urgencias del momento. Si alguna vez fuimos permeados, de una u otra manera, por la doblez, si algunos creímos útil decir pensando en no, hoy, en cambio, Cuba y su empeño socialista requieren de sujetos para los cuales la verdad no se cubra con un mosquitero o se eche debajo de la alfombra.

Si hiciéramos un examen a conciencia desnuda, posiblemente repararíamos en que algún gramo del polvo de ayer se ha convertido en barro de hoy. No tengo la intención de exagerar, ni generalizar. Pero la historia no necesita de amplias retrospectivas, de tiempo acumulado, para mostrarnos lo que en un momento resultó un mal paso, o para demostrarnos que lo que antes creímos provechoso, quizás ahora sea erróneo. De esa demanda de la actualidad, de ver qué es y qué no es, qué resulta conveniente o negativo, provendrá la efectividad en nuestra actualización.

   Por ello, utilizando el símil del principio de esta nota, hay que renovar y sacudir las escobas, y tal vez sea útil renunciar a las alfombras. Porque lo que no conviene repetir del pasado, sigue viviendo en la reproducción de nuestra vida como un espejismo que ve agua donde solo hay arena.  Y según creo interpretar, para borrar esas imágenes distorsionadas y distorsionadoras precisamos de la ética y de la crítica. Ambas esclarecen la política, no la limitan. Tal vez la dañen cuando faltaren. Porque entonces no sabríamos distinguir lo esencial de lo aparente.  

VIVIR EN LO VIVIDO

VIVIR EN LO VIVIDO

Luis Sexto - @Sexto_Luis

Foto: TV Santiago 

No hay patria sin virtud. Sabemos que esa es parte de la síntesis con que el padre Félix Varela intentó someter a tratamiento ético los hilos que articulan nuestra identidad. El “primero que nos enseñó en pensar” –“en pensar”, así lo escribió textualmente Luz y Caballero en sus Aforismos-, fue también el primero en establecer la fórmula jurídica para el sostén de Cuba: “El hombre no manda a otro hombre; la ley los manda a todos”.

   Cuando  sus Cartas a Elpidio circularon en La Habana hacia 1839, supo, según escribió al propio Luz y Caballero, “el desprecio” con que había sido juzgado este libro, y admitió que ese rechazo a su suma ética se traducía en “un exponente del desprecio con que soy mirado”. Pero negó que se doliera o se quejara. Porque “yo reconozco en los pueblos una inmensa superioridad sobre los individuos”.

   El pueblo de Cuba, desde cuando empezó a escribir su crónica dolorosa por la independencia y la justicia, no ha dado la espalda a la virtud como fundamento de nuestra historia. Hoy somos. Tenemos una autoimagen, y en términos utilizados por el poeta Roberto Manzano, si vivimos en un cuerpo espiritual con cuerpo geográfico de nación, es porque la patria se mantuvo apegada a la doctrina de sus precursores.  Más tarde, Martí –relevo de Varela en el apostolado de darnos patria construida- reavivó la virtud desde varios ángulos, entre ellos la cultura, estuche dorado del bien, como medio y forma de ser libres de extraños y de la propia perversión.

   Hoy  falta virtud  en muchos de nosotros. Y digo muchos, aunque podríamos ser menos, porque el mal suele resultar tan escandaloso como si arrastrara una cola artillada con latas vacías que repiquetean contra el pavimento incrementando la percepción del número.

   Aceptemos, pues, que  Raúl Castro, en alguno de sus discursos más recientes,  ha  identificado con exactitud las tablas carcomidas de nuestro piso moral y legal. No lo dudemos. Porque enumerar nuestros quebrantos desde la jefatura del Estado y del Gobierno, resulta  más elocuente y preciso por abarcador que la percepción individual.

   Por ello, me apego al criterio de que ese reconocimiento sin almíbar compone un acicate para el optimismo. La enfermedad es doblemente tremenda antes de ser diagnosticada y empezada a tratar. Después, suele ocurrir que el diagnóstico y la terapéutica avivan cargas de esperanza. Peor hubiera sido si no oyéramos la descripción de cuanto enrarece nuestro ambiente social. Persistirían la duda, la desconfianza, la indiferencia y en ciertos extremos la desesperación. En cambio, la confianza, que sólo se afinca con acierto en la verdad, ha de recorrer con su certeza desde arriba hasta abajo y de lado a lado. Nada, por ello, podrá estar perdido: hay espacio para la perseverancia en nuestro mejoramiento.

   ¿Y en qué acción u omisión hallar al culpable? Ciertas teorías del descoco opinan que las circunstancias materiales justifican la inmoralidad, la indisciplina, el descomprometimiento. Y me parece que las carencias podrían explicar en parte el descenso humano, nunca justificarlo. Porque, en la pobreza tan poco absoluta de Cuba, ladrón es ladrón aunque el sueldo no le alcance. Lo contrario equivaldría a desconocer a los tantos cubanos que han mantenido su honradez sin quebrarse.

   Pero hemos de hallar irresponsabilidad y culpabilidad entre nosotros mismos, como seres conscientes de nuestros actos. Y también en instituciones donde, en los últimos 20 años,y más, se cobijaron el deshonor, la indisciplina, la indiferencia, incluso las actitudes pusilánimes. Hemos de insistir en la educación. Porque si hemos de afincarnos en la historia para extirpar actos quebrantadores de la ética que condujo a los cubanos a ganar la independencia en harapos, urgimos de vivir de lo vivido. Lo vivido en esa verdad que niega tajantemente que haya patria sin virtud.

Por tanto, la escuela tendrá que renunciar a impartir una historia para ser oída, y escenificar y dramatizar la historia para ser revivida y reasumida. Y para ello, propongo pasar de la historia auditiva a la historia vivencial. Y que Varela, Martí, Céspedes, Maceo, Gómez, Mella, el Che, y Demajagua, Bayamo incendiado, Mal tiempo, Playita de Cajobabo, Dos Ríos, San Pedro, el Moncada, el Granma, la toma de Santa Clara no sean solo portadores de títulos como valientes, estrategas, decisivos, sino personajes y acontecimientos en que sobrevive  la honradez, la modestia, la abnegación a favor de la patria que todavía se construye y reconstruye. Esta es la hora del intercambio intenso entre lo que fuimos, somos y todavía construimos y recomponemos.   

VINDICACIÓN DE LAS VACACIONES

VINDICACIÓN DE LAS VACACIONES

Luis Sexto

Mis vacaciones pecarían de presuntuosas si aspiraran a un crédito en el  libro Guinnes  o a merecer el recordatorio de una efeméride. Tienen, sin embargo, un mérito, casi un récord: apenas cuestan. No necesitan playas, ni moteles, ni campamentos bucólicos, ni ríos, montañas y otros etcéteras. Solo exigen el pasaje y las chucherías gastronómicas que completan el diario yantar en casa ajena.

Desde hace 35 años mis neuronas fatigadas, mis músculos abrumados por la tensión –como le ocurre a cualquiera que vive con el jadeo en el alma- se recuperan y distienden en el ingenio azucarero donde vivieron mis suegros hasta  su deceso reciente. Allí, en la dispersa soledad del batey, a orillas de bosques en potencia, entre cayos de silencio, me desintoxico de la ciudad y sus rumiantes sonidos. Todo muy barato. Tan barato que ni cargo con los libros. En el ingenio los hallo en una cita cotidiana que, a pesar de tantas recurrencias, reserva cada vez una sorpresa. La lectura resulta más bien el baño en el mar, el paseo campestre, el jaibol vespertino. Me gusta leer. Que me perdonen los demás. Y cada tarde, visito a mi amigo José de Jesús Márquez para conversar de libros, pero sobre todo para escoger el título del día siguiente. “¡Cómo Márquez tiene libros!”, comentan los que entran en aquella rengueante casita, cuya debilidad de madera y tejas ha devenido fortaleza frente a los últimos ciclones, incluso el Michelle. Los libros son casi los únicos valores materiales de aquella chabola.

Tengo, pues, un concepto poco festivo de las vacaciones, contrariamente a mucha gente -¿mucha?- que las convierte en una interminable feria de los sentidos menos edificantes, en un banal uso de ese tiempo cuyo recto uso implica el descanso más que  la holganza. En la diferencia semántica entre estas dos palabras casi iguales en su significado radica la esencia de cualquier reflexión sobre las vacaciones. No es lo mismo vacar creadoramente que holgar sin provecho. En el mapa de la personalidad –sabemos- abundan los trazos de las circunstancias familiares y las escuelas de la niñez. Y yo agradezco que mi madre, cuando quería que yo no saliese a mataperrear, ponía en el piso un paquete de comics: los  muñequitos de Los Halcones Negros, El Llanero Solitario, Dick Tracy y otras lecturas igualmente “non sanctas”, pero que indujeron en el pequeño, echado en el fresco mosaico de la sala, una inclinación a la lectura como antídoto contra el aburrimiento. Desde entonces empecé a aprender cómo estar a solas conmigo o a conversar,  según el verso de Antonio Machado,  “con el hombre que conmigo va”. Después, a mis 15 años, el Seminario Salesiano mejoró las técnicas de lectura, la puntería para escoger los libros y, sobre todo, a asumir el concepto latino del Otium, como espacio apropiado para descansar aprendiendo o aprender descansando.

Ocio fecundo lo llamaron los clásicos. Pero los siglos corrompieron tantos los valores positivos del ocio que lo obligaron a merecer el título de “padre de todos los vicios”. Y  mis maestros, por tanto,  también me enseñaron a guerrear contra la pérdida, el derroche, del tiempo libre en las temporadas del descanso.. Y fue en esa pelea contra el no hacer nada cuando escribí mi primer poema, pues como carecía de habilidad manual para acometer un trabajo plástico en madera, o plastilina, o sobre  acuarela, me propuse rimar ciertas sensaciones paisajísticas. No me atrevo a reproducir los versos. Pero si no me gustaron por ingenuos, si me agradó el trabajo de componerlos. Y me declaré adicto.

Ya ven, pues, de donde procede ese hábito de pasar las vacaciones en un ingenio, invirtiendo las horas en la lectura que uno aplaza el resto del año por falta de sosiego. De vez en cuando, alguna salida a la Ciénaga, Varadero, Cienfuegos, si hay medios. Pero el habitar entre el silencio, la sombra de la arboleda, la conversación familiar o entre amigos, y la reflexión individual, han integrado mi batería vacacional, y las de mis hijos en su infancia, y la de mi esposa, cuyos intereses han coincidido con los míos, en particular porque en las vacaciones ella volvía a reeditar sus días en “casa de mamá y papá”. Cuánto vale esa vuelta al hogar del comienzo. Tanto vale, que he confirmado que uno empieza a ser verdaderamente adulto cuando ya no puede decir: voy a casa de papá.

Cada cual, desde luego, ha de bailar en la feria como le guste. A nadie recomiendo mi técnica. Y resumiendo esta evocación -que me causa tristeza por no poderla vivir nuevamente al pie de la letra- recomendaría revalorar el sentido de las vacaciones. ¿Nos hemos fijado que algunos, por asumirlas entre frívolos excesos, no las repite, o las termina con sus valores humanos y morales un tanto deteriorados? Vacaciones y banalidad  no suponen la igualdad de los sinónimos. Quizá quepa la separación de los antónimos. Y para terminar sin excederme  en un sermoneo que no se ajusta a mi estilo, ni a mi papel, comparto esta imitación de los célebres versos de nuestra amiga Carilda Oliver. En las vacaciones me desconecto, amor, me desconecto…  de la rutina. Solo eso.