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PATRIA Y HUMANIDAD

UN LOCO MUY RARO

UN  LOCO  MUY RARO

Luis Sexto

Anécdotas cubanas

El caballero Pierre Franquesnay se despertó  dispuesto a echar sus pulmones al mar. Era el segundo del señor De Pouncay, gobernador francés de la Tortuga.  Situado  a seis leguas de la costa noroccidental de Santo Domingo, ese islote era el refugio donde tenía asiento la Hermandad de la Costa, liga filibustera  compuesta por hombres  cuya vida oscilaba entre el viento,  la soga, la espada y el lecho compartido con  damas de cualquier linaje.

Dicho sin mengua de los oropeles otorgados por la monarquía francesa, monsieur Franquesnay practicaba  otra  profesión más provechosa y de más poder y prestigio. Su  fama se asociaba en estas aguas a Grammont, Graff, Vanhorn, nombres que al ser voceados obligaban a persignarse a quienes los oyeran.  La mañana de que hablábamos, comenzó a enrolar a su gente: unos 400, enumeraron ciertos historiadores; 800, contaron otros. Nadie pidió dinero por adelantado. Aún se regían  por la norma de la  chasse-partie, fórmula de distribución  fundamentada -si de principios osara alguno hablar- en la única regla inviolable de la ética del filibustero: sólo habrá riqueza si hay presa. A veces  bajaban de sus veleros, y entraban en la Tortuga, o en cualquier puerto impune del Caribe, cargando la liviana cruz del dinero sobre sus hombros o sus cabezas. Entonces los habituales portadores de la muerte, en vez del miedo alentaban la alegría de mujeres, taberneros y comerciantes… 

Mientras se aprestaban, Franquesnay  observaba desde el puente el ajetreo en varios de los alados veleros bajo su mando. Sus hombres partirán mejor vestidos que cuando atracaron semanas antes.  Más gordos, menos pálidos. Se habían recuperado de la última campaña. Confiaba en ellos, como en sí mismo. Eran hombres que  les daba igual estar vivos hoy y difuntos mañana; tampoco les inquietaba que ningún devoto encargara una misa, en caso de ser fieles a Roma, o murmurara una oración si fueran seguidores de Calvino, para que el tránsito hacia el olvido les fuera parco en maledicencias. El día más importante  era el que cursaba, y los mejores zapatos, aquellas  botas  que calzaban hasta para dormir y cuyas fronteras de cuero  desbordaban  por momentos las rodillas o  no pasaban de los tobillos.   

El capitán decidió que ya era fecha y hora de hacer velas hacia Santiago de Cuba. Transcurría el mes de noviembre, aunque otros datos se refieren al de agosto del mismo año de gracia: 1677.  Anclaron  en una caleta situada a unas cinco o seis leguas  a barlovento de la ciudad. Pretendían presentarse por tierra, puesto que por agua, en el interior de la bahía, los atacantes se podrían a merced de los cañones de los castillos de San Pedro de la Roca, La Estrella y Santa Catalina.  El caballero Franquesnay dividió en  grupos a su banda: unos andarían por delante, como de vanguardia. Cerca de la costa, contactaron con Juan Perdomo. Hombre ciertamente sucio, de roto atuendo, les pareció también un tanto deslucido de mente, porque, dicen crónicas apócrifas, que  el criollo sacaba a veces la lengua, o miraba como embobecido las espadas y sables de los filibusteros.

-¿Sabrás llevarnos?

Perdomo dijo que sí haciendo aspavientos con las manos y la cabeza.

 Evitando los descampados, discurrían por el monte entre árboles cuyos nombres no podían reconocer, porque ese   inventario sólo interesaba a gente de paz.  A veces,  las zancadas aplastaban bejucos y otras yerbas rastreras. El grupo más avanzado se detenía cada cierto trecho, porque Perdomo  se paraba, olía el aire, miraba a las nubes, y luego instaba a forzar el paso, aunque reteniéndolo de vez en cuando al llevarse la mano a la oreja.

Franquesnay, en cambio, andaba empeñoso. No tanto por la codicia, cree el  cronista, como por la venganza. El año antes, el gobernador  de Santiago de Cuba, Guerra de la Vega, se había negado a pagarle rescate por el gobernador y el deán de Santa Marta,  puerto de las costas del sur de América. Posiblemente –pensaba- los hombres de la delantera ya podrían haber avistado el campanario de la catedral, el botín más llamativo entre las riquezas de la villa fundada por Velázquez. De pronto un grito: ¿Quién vive? La misma voz respondió: ¡Santiago! ¡Cierra España y a por ellos! El capitán se irguió, miró en torno y conciliándose con la sorpresa, mandó a disparar para el rumbo  de donde había volado la voz de ataque. Tras los primeros arcabuzazos, los de enfrente respondieron. El humo empezó a cubrir el monte; blasfemias e insultos rozaban los árboles, y las balas y los sablazos picoteaban las ramas, y  las gotas de sangre  quedaban colgadas de las hojas…

Los relatos no son muy exactos, porque los que se atrevieron a contar los hechos, no entendían cómo de la quietud y la cautela pasaron los filibusteros, como en un tajo de espada, a una pelea a ciegas. Monsieur Franquesnay halló un segundo para preguntarse con quiénes habían topado;  aquel grito de guerra español, de qué fuerza habría venido sin que ninguno de los grupos  de la avanzada se percatara. Ordenó con voz violenta el fin del fuego. Los filibusteros se congregaron desconcertados: varios heridos; más de diez  muertos.

El capitán y segundo de la Tortuga, reclamó enfurecido dónde, dónde estaba ese  tonto,  ese dementado guía. El silencio dio el  informe exacto...

No tan lejos, mientras repetía entonando a media voz Santiago, cierra España, cierra España, Santiago,  iba Juan Perdomo por los trillos que desembocaban en la ciudad, a ver si topaba con el batallón que el gobernador  habría podido alistar  al oír los tiros.

 

Tomado del libro inédito de Luis Sexto: El primer viaje del diablo  (Historias cubanas de bolsillo)

2 comentarios

Modesto Reyes Canto -

Volviendo a leer su excelente anécdota, de la cual ya di opinión,me acorde que hace algún tiempo escribí sobre una isla,a la cual los piratas no quierian entrar. Pero mejor que explicar el porqué, aquí le dejo el relato.
TRANQUILINA
La ubicación exacta y el tiempo en que existió la isla llamada Tranquilina nunca ha podido ser confirmada por ningún tipo de estudio por mucho que hubiera costado realizarlo. Todo ha llegado hasta nuestros dias de boca en boca y de generación tras generación. Se dice que sus primeros habitantes habian venido de otras islas y paises cercanos buscando un lugar tranquilo donde se pudieran establecer y en Tranquilina encontraron el lugar perfecto. Tal vez no sería como las maravillas de Alicia pero se le parecía bastante por lo que se cuenta. En dicha isla sus moradores vivian basicamente de la pesca y la siembra necesarias para sus respectivas alimentaciones, porque aunque habian nacido con la gracia concedida de ser tranquilos, no les habian otorgado la de no tener estómago que es el causante de casi todos los problemas mundiales. En un inicio sus primeros pobladores al no poseer herramientas para la labranza aprendieron a sembrar como veian que hacian las aves; con el el trasero, y todo lo que soltaban por ahí daba frutos en aquella fertil tierra. Con el tiempo aprendieron a hacer herramientas con palos y piedras, que trajeron como resultado mejores producciones alimentarias. La primera herramienta sembradora pasó a tener otros usos.
En Tranquilina no existía ningún gobierno y mucho menos rey y todo el mundo sabía lo que era bueno o malo sin acomodamientos convenientes al significado de esas dos palabras que rigen lo que está bien o mal. La vida en la Isla era muy parecido al Paraiso prometido para todo el que se haya portado bien en vida: Sembrar, pescar, dormir y tener mucho sexo pues se necesitaba aumentar la población. Se dice que cada hombre podia preñar hasta a nueve mujeres por mes para hacer un gran total de ochenta y una por cada nueve meses. Se acordaba esa cifra y no superior, para no llamar mucho la atención de cualquier navegante que pasara frente a sus costas y le entrara deseos, no deseados por ellos, de colonizarla. Aunque sus habitanes vivian confiados en el gran volcán que existía en Tranquilina y que era visible a muchas millas de distancia y que hacía que nadie al pasar frente a ella sientiera deseos de apropiarse de la misma, ni aunque fueran los temidos piratas. Dicho volcán estaba, como se dice, dormido y lo más que echaba de vez en cuando eran algunas bocanadas de humo tan débiles que no afectaban ni al hueco de la capa de ozono. Eso si, los pobladores de la isla vivian convencidos de que dicho volcán se mantenía dormido por que ellos mensualmente le echaban por la boca del mismo cuatro o cinco pacas de una planta sonnífera que se daba silvestre en el lugar y que ellos sabian que daban mucho sueño sus efectos porque de vez en cuando se fumaban las hojas de dichas plantas y dormian mas que La Bella Durmiente.
No se sabe exactamente cuanto duró esa vida paradisíaca en Tranquilina lo que sí se cuenta y se da como hecho es que en algún momento de su existencia todo cambió drásticamente para mal.
Se cuenta que fué por alguna revuelta interna entre sus moradores o por alguien que llegó de otros rumbos y que le dio lo mismo si el Volcán dormía o se alborotaba. La cuestión es que como haya sido hubo un intranquilo que a la tranquilidad existente en Tranquilina que trasmitian sus tranquilos habitantes,la acabó a trancazo limpio y se adueñó de la isla y de todos sus moradores y se declaró Jefe, con la promesa de que iba a convertir a aquel pedazo de tierra casi flotante en un continente. Para llevar a cabo las trasformaciones que quería para Tranquilina y para beneficio propio, se rodeó de un grupo de desalmados desarmados, pues el único que estaba autorizado a llevar armas era él y con las cuales amedrentaba a todos a su alrededor, y creó una especie de lo que sería un legítimo gobierno hoy dia, aunque dicho poder haya sido obtenido a través de la fuerza o por elecciones fraudulentas. A sus secuases les dio cargos de ministros para que ,en sus papeles principales, hicieran cumplir todo lo que ordenara el Jefe.
Lo primero que hizo el Jefe fue establecer horarios de trabajo de ocho horas pero, para lograr una mayor productividad, se inventó la manera de adelantar los relojes hasta por seis horas diarias y atrasarlos por doce. Así, cuando el obrero entraba a su empleo a las seis de la mañana, les hacía creer que eran las doce del dia y cuando llegaban las seis de la tarde regresaba el reloj a las seis de la mañana; hora de comenzar las labores. Con los dias sucedía lo mismo. En el dia trece de cada mes, uno antes del cobro quincenal, atrasaba el almanaque 12 dias y los empleados pensaban que el salario que recien habian cobrado ya lo habian gastado y llegaban hasta el extremo de culparse por gastar más de lo que ganaban.
Nadie era capaz de enfrentar al Jefe, pues los pocos que lo habian intentado, éste en las actas de nacimientos de los traidores, como él les llamaba, ordenaba borrar cualquier linea que declarara que el nacido había sido hombre o mujer y en su lugar exigía que se escribiera aborto. El tiempo pasó y Tranquilina jamás volvió a tener la tranquilidad como la conocieron sus primeros tranquilos pobladores. Ya todo se hacía basado en decretos emitidos por el Jefe que subian y bajaban como elevador de edificio moderno. Pero,ese mismo tiempo que aunque se trate de cambiar pasa inexorablemente y para todos igual, pasó también por encima del Jefe y todo lo que se sabe de él es a través de un libro-testamento escrito muy mitológicamente pero que realmente nadie nunca lo ha visto. En él se dice que el Jefe descubrió un dia que no era eterno y que le podría dar cualquiera enfermedad que lo sacara del listado de la vida como a cualquier mortal y por tal razonable observación llevó a cabo un plan que lo haría inmortal. Primeramente declaró feriado todos los dias del año a partir, diariamente, después de las seis de la tarde que realmente eran las seis de la mañana según un decreto suyo emitido con anterioridad. Prohibió, con otro decreto, festejar los dias feriados al no ser trabajando. En el mismo decreto, que pretendía hacer del trabajo una fiesta diaria, declaró el domingo oficialmente como lunes
y al lunes lo convirtió como tal, los restantes seis dias de la semana para que nadie se olvidara que en ese dia normalmente en todas partes comienza la semana laboral.
A todos sus colaboradores desalmados desarmados les cambió las responsabilidades que nunca tuvieron y menos asumieron y como incumplieron con lo que no les habian asignado, estadísticamente pasaron a formar parte oficial de la lista de los abortados. Creó un estado de confución tal con los horarios y las fechas que en Tranquilina nadie sabía darle los tres tiempos a un verbo. Y ese fué el momento exacto en que el Jefe decidió morir. La historia de su fallecimiento llegó hasta nuestros dias como un eco sin comprobación real. Unos la situaron en una fecha y otros, “los ver para creer”, dicen que eso fué un aborto que nunca se logró. Es muy posible que Tranquilina realmente nunca haya existido pero nos dejó la enseñanza que los siete dias de la semana para los necesitados trabajadores son siempre lunes y ademâs que, como dice la conocida frase, nunca se debe tratar de dejar que alguien venga a arreglar lo que no estâ roto.
Escribe: Modesto Reyes Canto.

Modesto Reyes Canto -

Ahora su libro, amigo Luis, será inédito, pero en cuanto se haga público va a tener muchos lectores, pues esta probadita que nos ha dado, invita a querer leer más anécdotas como la aquí publicada.Un abrazo,Maestro. Saludos: Modesto Reyes Canto.