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PATRIA Y HUMANIDAD

LA VERDAD Y LOS ESPEJISMOS

LA VERDAD Y LOS ESPEJISMOS

Luis Sexto

Los que aún insisten en que Cuba poseía una de las economías “más envidiables” de América antes de 1959, se exponen  al destino de la mujer de Lot: convertirse en estatuas de sal. Pero la culpa no radicaría en voltear la cabeza, sino en no ver lo que deberían  ver. Al mirar atrás, sólo una visión de clase media que habla de la feria según le fue en ella o una voz que resuene como caña hueca al batir del aire, desconocerían que aquella  república se asfixiaba entre llamas.

Tal vez volvamos a repetir,  acudir a ese “más de lo mismo” del que se quejan quienes nos ofrecen también “más de lo mismo” cuando responden  empleando argumentos refritos  en  la grasa agridulce de la fábula. Hablar, desde luego, no es escribir.  Y  a veces se escribe lo que se habla. Y por tanto en ese traslado maquinal de lo dicho a lo escrito,  ese dejar correr que decía Luz y Caballero consistía el hablar, se da por supuesto que afirmar algo es suficiente para estar seguro de que se dice la verdad: no necesita demostrarse.  Por mi parte,  prescindo del “yo creo”, “me parece”, para asegurar que la economía cubana de los 1950 y antes no era ni envidiable, ni envidiada. Y puedo alegarlo basándome en la experiencia: mi familia no pertenecía a la clase media, ni leía Life, ni Diario de la Marina, ni iba a Varadero, ni comía en un restaurante. Ni siquiera compraba una “media noche surtida”. Y si tuve educación fue gracias a una tía  paterna cuya relación con los Padres Salesianos le facilitaron conseguir una beca de la Corporación de Asistencia Pública para su sobrino aficionado a la lectura.

Pero para evitar en mis confesiones los espejismos de la subjetividad, vayamos, pues, a los fundamentos documentales, para que se comprenda por qué aquel tiempo pasado no fue mejor. No seré original. Simplemente recordaré lo que se olvida con mucha premura, porque el enjuiciamiento del pasado también depende de la posición social de ayer, y la ideología y los intereses del presente. Citaré, pues, la encuesta que la Agrupación Católica Universitaria (ACU), titulada Por qué reforma agraria aplicó entre la población rural de Cuba entre 1956 y 1957.

No agobiaré con cifras. Daré zancadas; aprehenderé esencias. Y la primera frase apodíctica que resume la encuesta de la ACU es la siguiente del doctor José Ignacio Lazaga, a quien conocí como psicólogo y en aquellos años sobresaliente laico católico. En una de las reuniones sobre el proyecto de la encuesta, dijo: “En todos mis recorridos por países de Europa, América y África, pocas veces encontré campesinos que vivieran más miserablemente que el trabajador agrícola cubano”.  La presentación de la encuesta -que se realizó para alertar sobre el peligro del comunismo si la situación de pobreza continuaba- describe en otro de sus párrafos: “La ciudad de La Habana está viviendo una época de extraordinaria prosperidad mientras que el campo, y especialmente los trabajadores agrícolas, están viviendo en condiciones de estancamiento, miseria y desesperación difíciles de creer.”  Y esa situación se ilustraba con el siguiente dato: “La población trabajadora agrícola que se puede calcular en 350, 000 trabajadores y  dos millones cien mil personas, solo tiene un ingreso anual de 190 millones de pesos. Es decir, que a pesar de constituir el 34 % de la población, sólo tiene el 10 % de los ingresos nacionales”.

Los organizadores de la encuesta –muchos de los cuales emigraron posteriormente, al triunfo de la revolución, confirmaron sus datos con los del censo de nacional de población y vivienda, de 1953. Por ejemplo el muestreo  de la ACU registró que el 89.84 % de los encuestados se alumbraban con luz brillante, es decir kerosina, y en el censo aparecía  85.53%. Y si el 88.52% bebía agua de pozo, el censo rodaba la cifra con 83.59%.

En el aspecto de la alimentación basta estros números: “Solo un 4% menciona la carne como alimento integrante  de su ración habitual. En cuanto al pescado es reportado por menos del 1%. Los huevos son consumidos por un 2.12% de los trabajadores agrícolas y solo toma leche un 11.22%. En cuanto a la salud, “presuntamente un 14 % padece o ha padecido de tuberculosis”.

Hasta ahí, el testimonio de la Agrupación Católica Universitaria. Los interesados en confirmarlo o ampliarlo que entren en esta dirección donde aparece, editado por José Álvarez, profesor de la Universidad de la Florida, el folleto de la ACU, que aparte de en mi biblioteca doméstica, estará también en la del Congreso de los Estados Unidos: http://rtvpress.com/Documents/Censo%20agrup%20catolica%20unic-Cuba.pdf

Y hay más. Porque son disímiles los textos que desmienten los  calificativos de envidiable, boyante, asignados a la economía cubana antes de l959. Las Memorias del censo agrícola de 1946, y medios de prensa como Bohemia,  acusan la dependencia económica, la concentración de la propiedad y la injerencia extranjera en nuestra economía. El censo agrícola del 46 demuestra que  “los propietarios de más de 500 hectáreas sólo representaban  el 1,5 % del número de fincas y eran poseedores  del 41.7% de la superficie total”.

La economía cubana de esos años habrá que añadirle el monocultivo que convertía a Cuba en país monoexportador, pues en 1948, según  escribió el experto Raúl Cepero Bonilla en el periódico Tiempo en Cuba, el azúcar componía el 80% de las exportaciones cubanas. En suma, supeditación a un producto, con todo lo que ello implicaba de retraso industrial y agrario, y el sometimiento al fundamental mercado de los Estados Unidos, con su secuela de dependencia política y económica.

Automóviles del último año, lujosos hoteles y casinos administrados por la mafia norteamericana – ¿o no lo confirman la residencia permanente de Mayer Lanski, George Raft, y hasta de Lucky Luciano por unos meses en Cuba?-,   y 100 000 prostitutas sirviendo en todo el país las apetencias sexuales,  no suponen una economía boyante. Más bien, como dije, esa valoración parte de la clase media y alta, compuesta por 550 grandes propietarios, según el diccionario Los propietarios en Cuba en 1958, de Guillermo Jiménez y publicado por la Editorial de Ciencias Sociales en 2008. Ellos, y sus empleados y los empleados de los ingenios azucareros u otras empresas extranjeras,  y los  poseedores de laboratorios, talleres, publicitarias, tiendas, pequeñas fábricas, podrían hoy enjuiciar a aquella Cuba con una nostalgia que solo echa de menos el espacio individual y familiar y la inserción más o menos cómoda, en aquella economía distorsionada y controlada en sus resortes básicos por el capital extranjero.

Ahora bien, para hablar de política, como ha dicho el teólogo brasileño Leonardo Boff, hay que partir de una perspectiva ética, reconociendo la verdad. De otro modo, el debate no tendrá sentido. La revolución cubana quiso cambiar aquel cuadro. Y en parte lo hizo: al menos, en lo que respecta a la justicia social, enseñó a leer y a escribir a un 30% de analfabetos; trazó el 60% de las carreteras; elevó el promedio de vida a 76 años; eliminó enfermedades endémicas; graduó a más de medio millón de universitarios; diversificó la producción agrícola e industrial; electrificó el 95% del territorio del archipiélago. Mucho se deterioró o se construyó mal. Y no lo niego. Por la parte de acá, el modelo fue errado, un modelo impuesto por una circunstancia ineludible: Si Estados Unidos levantó el pie y alzó la mano amenazando miedo, el Gobierno Revolucionario tuvo que aceptar la mano que le echó  la Unión Soviética.

A mi parecer, el divorcio entre los que se oponen  a la persistencia de los ideales de la revolución y cuantos los apoyan,  se resuelve en esta operación: de aquel lado, exaltan un pasado que para ellos merece la vuelta atrás, y  para nosotros, impedirlo será siempre la gran conquista. Nosotros hablamos de reconstruir una economía próspera en   justicia social e independencia. ¿Y los demás?

 

 

 

 

 

 

 

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