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PATRIA Y HUMANIDAD

EL MÁS HUMANO DE LOS GÉNEROS

Por Luis Sexto  

El periodista cubano José Alejandro Rodríguez definió la crónica como “el más humano de los géneros”. Su sensibilidad y su experiencia de cronista le han facilitado componer una frase capsular de sugerente certeza, en la que reúne  los valores típicos de ese género y la filosa brevedad del ingenio. A mi parecer, no creo que haya que seguir aduciendo argumentos para determinar qué es, en fin, la crónica. Definidamente, al clasificarla como el más humano de los géneros periodísticos estamos asumiendo que está dentro y no fuera de la subjetividad y que, al palpitar entre las fibras humanas, admitimos que se conecta con lo más íntimo, entrañable, lancinante del Hombre. 

Ya por esa ruta vamos siguiendo el hilo que nos conducirá a clarificar la esencia de la crónica. Aun tropezamos teóricamente, y lo que es peor, prácticamente, cuando vamos a determinar cómo se integra o se frustra una crónica. Hemos visto –y este autor lo ha indicado en algún texto- que  se empieza a definir o a componer desde una actitud melosa, patética. Sin flores o palomas, sin arrobos o suspiros parece que nunca se escribirá o  se aprehenderá una crónica. Recientemente, viendo un documento televisivo al que clasificaban de crónica, me percaté que había confusión, no mezcla, de géneros. Confusión, que es caos. No mezcla, que combina los aportes exógenos con los endógenos preservando el principio primordial. El  material era, en puridad, un testimonio: el peso del relato recaía sobre los protagonistas de la historia. Pero los realizadores intentaron “cronicar” a través de la voz meliflua del locutor y la música casi fúnebre que discurría por debajo de la evocación que aquellos dos hombres hacían de su participación en la guerra de Angola.   

No niego que  había en ese testimonio pasión, dolor, nostalgia, todos los valores que signan las acciones humanas al momento de ejecutarse y, sobre todo, en el instante de recordarlas. Pero el autor del texto televisual –imagen, sonido y palabra- se mantenía al margen. Y, por tanto, el resultado no era el eco que la historia de aquellos dos personajes suscitaba en el cronista, sino la resonancia en ellos mismos, testimoniantes de la historia. 

Pienso, pues, que la crónica empieza a ser el más humano de los géneros, porque comienza siendo el más personal de los géneros. Y cuando digo “personal”no me refiero al uso de la primera persona del singular. Sé de enunciados escritos en “yo” y sin embargo no son personales: faltan el vigor, la clarividencia, la prestidigitación verbal, el original enfoque, el toque de creatividad que singularizan el estilo. Ante textos tan deslucidos, la primera persona del singular enturbia la expresión, la ridiculiza evidenciando que allí falta la personalidad fuerte, culta, que puede, en legítima apropiación, escribir metiéndose en la historia o las ideas. La crónica, pues, es el más personal de los géneros, porque predominan los efectos que el tema, la realidad, producen en el cronista.  El acercamiento, el reflejo, se concilia en el “yo”, en la emotividad del cronista de modo que componga una visión amable de la vida y la gente.   

La imbricación personal no significa -como a veces estima algún criterio en un banquete de simpleza- que el cronista se erija en el ombligo del texto, o “hable de sí mismo” en lo que resultaría el más vanidoso de los géneros. El cronista es solo el pretexto para delinear lo más humano de un acontecimiento o un proceso. Y para reflejarlo intenta convertirse en el espejo que refracte los valores sensibles de la noticia. Por ello, una crónica nunca presentará panoramas, paisajes abarcadores; por el contrario, necesita de lo soterrado, lo oscuro, lo particular, allí, donde se revuelven los sentimientos más carnales –carnales por hondos-  de los seres humanos. Si la nota informativa relaciona los datos primordiales, los físicos y sociales, de un choque de trenes, y el reportaje lo narra en sus causas y acciones menos evidentes, la crónica hurgara entre los hierros retorcidos buscando la muñeca, o la fotografía familiar,  la carta nunca enviada, el reloj roto, entre el amasijo metálico salpicado en algún sitio por gotas de sangre. Esos hallazgos mínimos facilitarán el ingreso en una historia, en una felicidad, un sueño truncos por el accidente que nadie pudo anticipar aquel día, en que, como lo más humano y natural del mundo decenas de personas se acomodaron en los coches dispuestos a proseguir su vida, sin obstáculos, en un viaje a través de la noche.  

Eso, quizá, sea lo más humano del Hombre. Y ninguna cámara fotográfica podrá captarlo, ni ningún otro esquema, como lo apresa y reproduce la óptica de un cronista que suele observar la realidad  con la luz microscópica de un género periodístico –también literario- que solo admite, como etiqueta, los signos líricos de  la poesía.  

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