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PATRIA Y HUMANIDAD

UNO NUNCA DEBE DE IR A DONDE VA

Por Luis Sexto
Notas sobre la actitud del periodista ante las invitaciones de la realidad
No sé a quién pertenece, pero el pensamiento es exacto, y viene a propósito de nuestro tema. Dice: No basta con escribir una historia, hace falta sobre todo talento para saber hallarla. He ahí, pues, uno de los retos del periodista, del escritor: saber hallar sus historias. Porque, hablando en estricto lenguaje técnico, escribir es una acción posterior. La primera es concebir, encontrar qué decir.
Cuántos reportajes, cuántas crónicas, bien escritas o al menos notablemente escritas, y que, sin embargo dejan insatisfacción. La historia no era interesante. Claro, no siempre funciona así. Puede ocurrir al revés: historias interesantes mal escritas. Pero la forma no nos compete ahora. Estoy hablando de mis experiencias. Y la experiencia, como decía un vecino de mi primera juventud, cuando uno la tiene no sirve para nada. Comete nuevamente el mismo error. La experiencia, en serio, viene siendo el nombre que el hombre, según Oscar Wilde, le da a sus errores. Y, a pesar de ello y de lo demás, la experiencia compone una especie de aprendizaje y es también el resultado del aprendizaje. Cuando es lo último: capacidad enriquecida por el uso, ya integra un valor agregado del oficio o de la profesión.
Pues bien, tengo mis experiencias con respecto de cómo hallar los temas, esas crónicas y reportajes que subyacen en cualquier rincón de la ciudad o del campo, detrás de cualquier rostro. Desde luego, no me es posible armar una fórmula, una receta. Enumerar reglas y pasos derivará en una exposición escolástica, rígida y poco atractiva. De qué serviría decir muy solemnemente: Primero: el periodista ha de mantenerse con los ojos siempre abiertos, para captar el valor humano digno de relatarse. Eso, como se aprecia, es algo medio abstracto y medio baladí. Un periodista, si lo es de sangre, sabe que debe de andar mirándolo todo con interés, tirando intuiciones, como el murciélago, para luego analizar las señales que rebotan.
Mejor son las anécdotas. Hace mucho tiempo dije, en una reunión muy importante, donde ciertas personas querían invalidar el papel revelador de las anécdotas, que, modificando a Lenin cuando definió a la política, se podía afirmar que las anécdotas son la expresión concentrada de la realidad. Y es verdad. Voy a contarle una experiencia grata en mi oficio de escribidor. Fue hace l5 años. Andaba yo en la búsqueda de datos para escribir un reportaje sobre el pueblo de San José de las Lajas, al oeste de La Habana. La encomienda se presentaba como uno de esos clavos que uno martilla más por obligación que por devoción. ¿Qué decir de ese pueblo en su aniversario 300 que no estuviera dicho o que fuera interesante? Por el camino, en la carretera hacia Batabanó, me fijé en las ruinas del ingenio La Julia: una chimenea, una catalina y los cimientos de lo que fue un central próspero hasta 1926. Pedí al conductor detenernos para curiosear. Y ya dentro de aquellos hierros carcomidos por el tiempo y la hierba, pensé casi inconscientemente: Si aquí hay ruinas es porque antes hubo hombres.
Le pregunté a un vecino si aún residía allí alguien que hubiese trabajado en el ingenio. Y me respondió afirmativamente. Me indicó la casa. Y me abrió la puerta un anciano, con bastón y sombrero. Me presenté. Y me respondió: cuánto han tardado; llevo esperándolos más de 60 años, porque lo que hicieron con este ingenio es una injusticia. Y no les digo, por obvio, que de aquel encuentro brotó una crónica plena del temblor humano de aquel viejo que nunca se marchó de La Julia porque amaba demasiado a su ingenio. Y quiso siempre denunciar el robo que le habían hecho. No estaba loco. Era un hombre. Una historia. Su queja quedó en Bohemia. El reportaje de San José jamás lo escribí.
Yo podía seguir contando. Por ejemplo, referirme a aquella vez, en 1990, cuando recababa datos sobre la villa de Trinidad. Algunas personas me dijeron: ve a Nelly, en el poblado de Casilda. Empecé a conversar con ella. Y de pronto comprendí que Trinidad ya no me interesaba: Nelly era mi reportaje. Estaba en presencia de una mujer singular, con historia también singular y madre de un único hijo excepcional, Pepito Mendoza, asesinado por la tiranía de Batista.
Es todo. La receta es simple. Mirar al hombre o a la mujer, a la vida o a los hechos, con una mirada más allá de las apariencias. Eso, claro, tampoco queda claro. En Moa, el centro minero del norte de la provincia de Holguín, una vez, me dijeron: Hay por allá un cedro enorme, cuyo tronco ni doce hombres pueden abrazar. Pero hay más, me dijo otro compañero: Aquí tenemos un hombre a quien le decimos así: El cedro de la Melba. ¿Por gordo? -pregunté. No, no... -respondieron. Pues, llévenme a ese hombre; luego vamos al cedro. La historia, me figuraba, era el hombre. Porque qué clase de tipo debía ser ese, a quien comparaban con un árbol enorme. No me equivoqué.  Y me parece, al final de más de 35 años como periodista, que uno nunca debe ir a lo que va. ¿Me explico?

 

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